domingo, diciembre 19, 2010

POR QUÉ (CARAJO) ESCRIBO

Desde que empecé a escribir -antes de saber hacerlo, o sea, hasta hoy mismo- me pregunto por qué lo hago. No le echo la culpa a Cortázar: cuando me crucé con la Maga por calles de una París que no conocía ya había escrito mucho, aunque pronto me convencería de que la revolución socialista era más importante que la literatura. Aposté menos a ella, sin embargo, que a la literatura, aunque en algún caso haya puesto en riesgo mi pellejo. Aquella vocación heroica se extinguió con el exterminio feroz de la resistencia a la dictadura de Videla y el surgimiento de una sociedad de falsos inocentes, que poca paciencia tuvo para mirarse al espejo en los ´80 y acabó aplaudiendo como monos locos la devastación neoconservadora de los ´90.

El colapso del 2001 -al que peligrosamente se acerca España bajo la tonta conducción de ZP- me (nos) ayudó a comprender un par de cosas: que lo irrefutable no se toca, se lo destruye, y que la literatura no es un arte para culos sentados, es un ejercicio aeróbico, una dieta de palabras -buenas y malas, aceptadas y repudiadas por la RAE- que uno puede, a veces, juntar para que construyan un sentido diferente del que presumían expresar. No hablo de textos "reveladores", no me da la química para ellos, sino de patear las puertas y ver qué hay en las habitaciones condenadas, en aquellos sectores de la casa a los que desde niños nos prohibieron entrar.

Para eso escribo, aunque engañe a mi mujer y confunda a los amigos diciendo que lo hago para ganar minas y algunos euros/pesos/dólares. Ellos esperan de mí lo que nunca podré darles y yo espero de la literatura que acepte parte de lo que jamás podré poner en claro, mientras sigo pateando puertas y entrando a saco en los polvorientos lugares prohibidos de mi juventud.

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