martes, septiembre 24, 2013

PERRA HAMBRIENTA


Mi abuela paterna –la única que conocí- se comía la fruta ya mordida, los huesos de pollo o de los bifes de costilla que con mi hermano mayor habíamos descartado.
Parecía una perra hambrienta, mi abuela. Se lo dijimos una vez, riéndonos de ella y mi abuela, que no tenía dientes para comerse lo que se comía, nos miró como si acabara de encontrarnos entre restos de comida y nos dijo:
-Hijos del olvido, nietos de la furia.

Por ella escribo, no por Faulkner ni por Hammett.

ACÁ

-Convengamos en que no soy quien digo ser.
Se ha inclinado apenas hacia mí, en el afán de compartir no sólo su incertidumbre existencial sino ya que estamos su halitosis.
La ruta está desierta en esta zona de montaña, empieza a caer la noche y es probable que ya no nos crucemos con otros vehículos. La gente sensata no viaje de noche por estos caminos.
Detengo el coche y le pido que se baje.
-¿Acá?
-Acá.
Baja. No le doy tiempo a cerrar la puerta, arranco y acelero a fondo. En el retrovisor se recorta su figura, empequeñeciéndose. Se lo traga la siguiente curva.
Años más tarde, en un atardecer de invierno, me llama a mi teléfono fijo.
-¿De dónde sacaste este número? Acabo de mudarme y no recuerdo habérselo dado a nadie.
Corta, sin responder. El identificador de llamadas no lo registra.
Cierro los ojos y veo al auto perderse detrás de la primera curva.
Aunque al abrirlos compruebe que estoy en mi departamento, sé que nadie vendrá a rescatarme.

La gente sensata no viaja de noche. 

jueves, septiembre 12, 2013

BALACERAS


Arranco con un fragmento de la novela que escribo en el que todos deberían estar cagándose a tiros y acaban hablando de Shakespeare y de Hegel.
Creo que me quitaré el chaleco antibalas y pediré que me calcen el de fuerza.

Para algunos -entre los que me cuento- la literatura es un oficio demoníaco.