lunes, julio 20, 2009

UN LIBRO POR AÑO


El mercado exige que publiquemos un libro por año, si no queremos quedar afuera. Como la mayoría de los escritores no vendemos una cantidad de libros que justifiquen esa continuidad, se hacen malabarismos para cumplir con el mandato del mercado, a ver si alguna vez la embocamos. Se escriben historias a ritmo frenético y calidad descendente, se escribe a cuatro manos con el editor, se escribe lo que quieren otros que se escriba, se escribe. Y cuando hay suerte, se publica.
Ahora asoma otro fantasmón,el libro electrónico, que devorará manuscritos con mayor voracidad aún. Acabaremos, los escritores de novelas, como acaban los autores de culebrones de emisión diaria en la tele. Y sin siquiera aspirar a cobrar lo mismo que ellos. Porque montar un culebrón exige una inversión respetable: actores, técnicos, decorados, equipos. Pero montar una novela sólo le demanda esfuerzo al escritor.
Cuando era joven, allá por el mesozoico, nos decían que había que leer mucho antes de pretender publicar. Y leíamos, a menudo nos aburríamos y a veces lo pasábamos espectacularmente bien, el talento ajeno nos desafiaba aunque también nos inhibía, leer era pararse frente a un espejo que no se complace con devolvernos nuestra imagen y suma otras que primero nos cuestionan y, al paso del tiempo, nos complementan.
El ejemplo a seguir, extremo, era Juan Rulfo. Toda una vida, dos novelas breves. O Borges, que no escribió novelas, descalificando en los hechos -porque era Borges- a todo el que lo hiciera.
En la busca de originalidad hubo también "anti-novelas": Otoño en Pekín, de Boris Vian, aburridísima y desconcertante. Rayuela, de Julio Cortázar, sin pies ni cabeza pero deslumbrante. Y entre una y otra, la nada. Es decir, nosotros.
Por suerte, quizás, o para nuestra eterna condena, vino el sunami de la ignorancia, la fuerza bruta del olvido. Hoy son cuatro gatos los que leen a Cortázar, a Borges, a Joyce, a Vian, a Rulfo. Y son millones los que escriben sin haber leído ni los diarios, los que publican sin leer en ediciones lujosas que los (nuestros) maestros no tuvieron, los que siguen las instrucciones del mercado y anuncian novelas que ni siquiera han escrito.
Soy escritor contra todos los consejos y desafiando aún los resultados de mi propia experiencia. No desoigo las imposiciones del mercado ni las opiniones de expertos en esto de vender libros. Pero a la hora de escribir, trato de "hacer jueguito", como en las prácticas de fútbol, subirla, peinarla, no dar un pase nunca, embocarla "de chilena" en el arco mítico de los que alguna vez descubrí y admiro. Y que una vez, por lo menos una, desconcierte a don Julio y le emboque un pelotazo de creatividad en el ángulo superior izquierdo y, generoso como era, me diga "bien, flaco, estás aprendiendo".
Tarde habrás piado, Julio. Son tiempos del "che-book", del broli delivery, la casa está tomada, la Maga deambula por París hablando como autómata, enviando y recibiendo esemeeses por el celu, una lluvia ácida cayó sobre la vereda de tu rayuela y le borró el cielo.

jueves, julio 16, 2009

Pobres, adentro. Ricos, afuera



Al 40% de la población argentina le toca ser pobre. Unos 36 mil millones de dólares de argentinos se han fugado en el último año, con lo que el total de la guita que "está afuera" ya ronda, si no los supera, los 200 mil millones de verdes palos.
La Iglesia, en su último documento, firmado por el obispo de San Isidro, Mons. Casaretto, señala lo primero pero olvida consignar lo segundo.
Nuestros adinerados, que son más de los que suponemos y más ricos de lo que declaran, invierten en el exterior mientras los dirigentes que los representan reclaman al gobierno "un clima propicio" para las inversiones extranjeras.
Va fangulo.

sábado, julio 11, 2009

MANUAL DE SOBREVIVIENTES


Tal vez no haya nada nuevo en literatura, tal vez todo haya sido contado y, en definitiva, la historia del hombre y la mujer sobre esta tierra no es tan original e inagotable como pretendemos quienes la vivimos. Lo raro, lo atractivo de este solitario oficio es que, pese a tanta obviedad con pretensiones de profunda innovación que se publica, una novela que no cuenta nada demasiado importante, lo haga con la sencillez de las buenas e inolvidables fábulas, con recursos limpios y personajes que se las arreglan muy bien para independizarse del autor y presentarse ante el lector como si vinieran de otra parte, como si Argemí no tuviera nada que ver con ellos y su rol fuera el de simple introductor, un viejo amigo que a su vez nos presenta a sus viejos amigos y se retira, o se quita del primer plano, de la omnisciencia a la que son tan afectos muchos escritores, como si temieran que sus tramas y personajes les robaran protagonismo. En "La última caravana", sin embargo, Raúl Argemí está más presente que en todas sus anteriores novelas. Porque la fábula que allí se cuenta despliega personajes y situaciones que son señales de identidad: de una generación, de una pertenencia territorial e histórica intransferibles, la de quienes creyeron haber encontrado en la revolución una suerte de piedra filosofal. Aquellos alquimistas regresan, al paso de los años, para encontrarse en una encrucijada del tiempo, Fiske Menuco, un desangelado pueblo de la Patagonia profunda, y prepararse, como náufragos que rescatan los restos del buque encallado, para fundar o ir al encuentro de una nueva Atlántida, el Polo Somuncurá. De la conversación entre Laura, que hurga en aquel naufragio para encontrar los fragmentos que le permitan armar el rompecabezas de su memoria, y Roque Pérez, testigo casi marginal de aquel protagonismo, se van tejiendo los hilos de esta historia. "La última caravana" es esa crónica serena, triste pero también hilarante, es el grotesco -género nacional por excelencia- que Armando Discépolo fundó en el teatro rioplatense, impregnando la novela de Argemí. La peripecia de un grupo de exiliados de su propia historia, de quienes han sobrevivido para ser testigos y cronistas de sus derrotas y, en una suerte de sublevación de los sentidos, buscan recapturar aquellas sensaciones, el aire rozagante, el enjambre de sueños que alguna vez formaron, la amenaza latente de que todo podría volver a suceder pero ya sin la sorpresa ni la magia de lo desconocido, del final abierto. Porque lo saben, o lo presienten, la aventura esta vez será distinta y el rumbo estará más librado al azar y a la locura, que a sextantes y brújulas que la historia ha desechado. Leer "La última caravana" es como encontrar en el arcón de los recuerdos aquella bitácora en la que supimos registrar nuestra intrépida navegación de juventud. Hay páginas fieles a lo sucedido, otras que parecen arrancadas y reescritas por sucesivos "descubridores" ocasionales, curiosos que se atrevieron a subir al altillo nada más que para espiar, corregir levemente, disfrutar de otra visión de los mundos posibles. La crisis argentina del 2001, el recurrente descalabro nacional, es apenas una referencia, un cuadro de situación equivalente a las camisas de fuerza que se usaban en los manicomios, suplantados luego, o reforzados, por electroshocks o cócteles químicos devastadores. Luchando contra ese desquicio, desafiándolo con imaginación y tozudez, los personajes de "La última caravana" nos permiten asomarnos otra vez a la garra narrativa de Raúl Argemí, acompañarlo en su intento -logrado, por cierto- de levar anclas de nuevo. Aunque hacia adelante el horizonte no coincida con el mar sino con la polvorienta y fría oquedad de la Patagonia.

martes, julio 07, 2009

VIRUS

Bachelet felicita a Zelaya. Ahora Fernández fue a rescatarlo


Al presidente de Honduras lo desalojaron del poder a patadas en plena madrugada, una patrulla del ejército le dijo no va más y a la calle. Rápidos de reflejos -por aquello de que quien se quemó con leche ve una vaca y llora-, los mandatarios de esta zona del mundo acordaron repudiar el golpe y enviaron a tres de ellos. Su misión: acompañar a Zelaya -el desalojado- en su regreso a Honduras y al poder que legítimamente había ganado.
Uno de los tres que fueron fue una: nuestra presidenta. El país machista y fascistoide no demoró un instante en alzar sus voces -son muchas, y muchas de ellas son las de siempre- para cuestionar el viaje de Cristina Fernández "en plena pandemia de gripe A".
Hay conciencias muy enfermas en la Argentina. No se puede culpar de todo a un virus nuevo por tanto viejo cretinismo criollo.

viernes, julio 03, 2009

LLUEVE, A VECES



Llueve, a veces, y corren recuerdos hacia las alcantarillas. Condenados barquitos de papel manuscrito, palabras que el agua desvanece como a humo de fumadores empedernidos, viciosos de la ausencia.
No son míos. Alguno, tal vez, pero ya no y probablemente nunca, no importa.
Importa que llueva, que el agua siga su curso, que otros vean pasar sus penas sin que ya les duelan y que en alguna calle adolescente todavía me esperes.