lunes, enero 30, 2012

VIAJES 2: "UN HOMBRE LIBRE"


En diciembre de 2004 me crucé con el tipo. Un desconocido que, como yo, viajaba de regreso a Córdoba, desde Buenos Aires, en ómnibus.
Una bestia que roncaba en la fila de adelante nos impedía dormir, nos levantamos en busca de un whisky, en el barcito que llevan esos bondis que se dicen de lujo.
Ahí abajo –son ómnibus de dos pisos, casi tan grandes como el Costa Concordia- el tipo me contó que venía de separarse de su mujer, había salido por fin la sentencia judicial, soy un hombre libre, me dijo. La mujer le había pedido el divorcio cuando el tipo, que tenía una pequeña empresa de autopartes, se fundió. Pleno 2001, el corralito, la patria financiera, los bancos que se comieron la plata de giles como él.
Mi amigo –tenía un amigo- se llevó toda la plata afuera. A él le avisaron –dijo-, a mí también, te soy honesto, pero no pude creer que fueran capaces.
El amigo que había tenido era su socio. La que le avisó fue la mujer del amigo, pero él no sólo no le creyó: también rechazó su invitación de encontrarse, tomar algo, estoy tan harta de él.
-¿Te das cuenta, flaco?- me dice, sirviéndose ya el segundo vaso: -Por no garcarlo a mi amigo, no sólo no me cojí a su jermu, que estaba rebuena, sino que dejé la plata en el banco.
El ómnibus da un barquinazo para esquivar a un perro en la ruta, el whisky salta de los vasos, el tipo aprovecha para dejar el suyo a un lado y, mirándome como si nos conociéramos, dice:
-Hay que ser pelotudo, ¿no?
No sé cómo quitármelo de encima, qué decirle, sólo quiero llegar a Córdoba, no arreglarle la vida a un desconocido.
-Qué sé yo- digo, -es un país difícil, la Argentina.
–De mierda- dice, -un país de mierda.
Sube a su asiento y ahí nomás se queda dormido. Ronca ahora tan fuerte como la bestia de la fila de adelante.
Llego a Córdoba sin pegar un ojo, el tipo se baja sin mirarme.
Me quedo pegado al asiento hasta que uno de los choferes me descubre y dice oiga, ya llegamos, ¿o quiere seguir viajando?

martes, enero 24, 2012

CIRUGÍA MAYOR


Un buen cuento se acaba de golpe y el primer sorprendido sos vos cuando al escribirlo especulabas con transformarlo en otra cosa pero te encaja una bofetada como diciendo hasta acá llegué.
Una novela, en cambio, buena o mala, se parece más a la cirugía mayor: llega un momento en que tenés al paciente despanzurrado y bien dormido, cortaste por lo sano y por lo enfermo, y llega la hora de ir cerrando. Trabajo duro, meticuloso, con la sensación de haberte olvidado adentro algún escalpelo. Pero hay que cerrar porque tenés un editor esperando y vos te propusiste ser rico, famoso y tener muchas minas con la literatura.
Ya se encargarán -algún crítico y tus amigos- de avisarte que el paciente está sangrando.

sábado, enero 21, 2012

¡TERRORISTAS!


El primer terrorista que conocí personalmente fue mi amigo de la infancia Jorge T., en el barrio porteño de Belgrano.
Jorge T. estaba perdidamente enamorado de Gracielita, una rubia esquiva que alimentaba el ego de Jorge T. con la pasión de quien le tira maíz a las gallinas.
Hasta que Gracielita debió cansarse del inocente pero cargoso asedio de Jorge T. y le dijo, con un mohín de desprecio que debió copiar de alguna peli de Gloria Swanson, que no iba más, se acabó, finish.
Desairado, más bien furioso, Jorge T. se proveyó una tarde de media docena de tabletas de clorato de potasio y una barra de azufre, molió con delicadeza de artesano joyero ambas sustancias y las introdujo en un tubo vacío de Redoxón, tradicional medicamento del laboratorio Roche para prevenir resfriados.
Concluida su tarea, introdujo el tubo en el buzón postal de la soberbia casa en la que vivía Gracielita –sus viejos eran unos ricachones advenedizos y se hacían notar en aquel barrio de clase media post peronista. Encendió la mecha de la que había provisto al tubo de Redoxón y se alejó con cara de boludo, caminando –la mecha era lo bastante larga para darle tiempo a buscar una buena ubicación –mi casa- que le permitiera disfrutar de su obra.
La explosión hizo vibrar los cristales de las ventanas de mi casa, a una cuadra de la de la pérfida rubia. No había transcurrido un minuto cuando unos gritos de mujer entrada en años sucedieron al estallido del tubo en el buzón: era la abuela de Gracielita que corría por el medio de la calle del barrio, gritando “terroristas, terroristas”.
Pese a haberse destruido, diría que el buzón de correos quedó entero si lo comparo con los escombros de nuestros infantiles cuerpos después del estallido de risa que no pudimos sofocar ni cuando por fin llegó un vigilante y abrazó a la vieja –perdón, a la abuela de Gracielita- para que dejara de gritar. 

lunes, enero 16, 2012

FRAGA -Cuando un fascista muere de viejo-


Manuel Fraga Iribarne

Cuando un fascista muere de viejo se oculta el sol en el lugar exacto de su entierro. Callan los pájaros y se detiene la brisa, el mundo en ese instante se queda sin aire. Enmudece tu guitarra, poeta combatiente, y se borran súbitamente las páginas heroicas de tu historia.
Cuando un fascista muere de viejo trepan a sus astas las banderas del atropello a la dignidad de hombres y mujeres que pelearon por justicia y libertad. Arde el reseco odio de tantos fascistas que lo lloran y saludan, crepitan las páginas del ocultamiento y la mentira, resucitan los asesinos de esperanzas, echan a volar las campanas de la impiedad y el hastío.
Cuando un fascista muere de viejo y el ama de llaves del infierno prepara las cobijas que arropen su putrefacción, algo ha fracasado.
Cuando un fascista muere de viejo nos miramos al espejo y ya no nos reflejamos: nos vemos tal cual fuimos.

miércoles, enero 11, 2012

EN VIAJE (lunes 9 de enero, por la tarde)


Viaje diurno en bondi a Buenos Aires.
En un asiento cercano, una mujer habla por su celular: “Estoy viajando, es terrible, un camión destrozó a Enrique, pobrecito, lo despedazó”. Mi primera reacción –defensiva: “Esa costumbre de bautizar mascotas con nombres de humanos”.
Mierda de mascota, es el hijo.
“Está en la morgue, quiero verlo apenas llegue, no me importa la hora, llego a las doce de la noche, no puedo esperar, no quiero esperar, quiero verlo”. Y así, varios llamados. Entre llamado y llamado, la mujer mira por la ventanilla el desolado paisaje de los campos castigados por la sequía. Afuera, más de 40 grados y un viento norte huracanado. En el bondi, aire acondicionado, cierta penumbra. Un flaco, a mi lado, sigue con su pie derecho el ritmo de la banda que le suena en los auriculares, consulta su bluetooth, responde mensajes de texto.
“A las doce”, repite la mujer, ahogándose en pequeñas lágrimas de desasosiego, espiando la peli que han puesto en los monitores, “llego a las doce, váyanme a buscar”.
El flaco a mi lado tamborilea con los dedos de su diestra, envía y responde sms, la peli está hablada en inglés pero sin subtítulos, un chofer al volante remontando las largas rectas de la autopista y el otro durmiendo en el fondo.
A las doce, dice que llega. 
A dónde y para qué, me pregunto mientras en la peli matan gente sin traducirla.

lunes, enero 02, 2012

NADIE SABE NADA


Esa costumbre de consagrar a alguien como el mejor escritor del año, de la década, y a su obra, indispensable, única, perenne (dije perenne).
Esos viejos vicios de desahuciar a otros con la autoridad del emperador que baja su pulgar.
Y esos leones herbívoros, desdentados, que ocultos en sus madrigueras sueñan con comerse a un ciervo y recuperar su ferocidad.
Seamos justos, ya que empieza el año. Nadie sabe nada. Y si nos hubiéramos topado con Joyce o con Faulkner como quien tropieza con anónimos en la multitud, los habríamos dejado de lado por aburridos, reiterativos, complejos hasta la exasperación, crípticos.
Y seamos ahora subjetivos, arbitrarios, despreciables fuera del amor que sentimos por nosotros mismos: a mí me salvó Cortázar. Y antes, Oesterheld y Hugo Pratt. Con ellos, en los ´60, Lubrano Zas, Abelardo Castillo, Silvina Ocampo, Amalia Jamilis. Y después -duele decirlo- Vargas Llosa, Scorza, Benedetti, Roa Bastos y hasta el plomísimo de Onetti.
En los ´70 gané un premio groso por entonces pero me hundió un tipo que no voy a nombrar. Me devolvió con cuatro líneas a la fosa del anonimato, aunque tal vez también él me salvó la vida (no era su intención, apenas arruinarla) porque era plena dictadura.
Veinte años después, su mujer, correctora de una editorial que publicó originalmente "Tripulantes de un viejo bolero", le dijo a una empleada de esa editorial que ese libro le estaba gustando.
Hoy algunos (amigotes) aprovechan que estoy grande para llamarme maestro y otros (tal vez enemigotes pero más que nada, pavotes) no me dan ni la hora porque aducen que para saberla deberían conectarse a Internet.
"¿Qué quiero decir con esto"? -dicen los charlatanes cuando agobian con sus discursos.
Que nadie sabe nada.
Así que como decía Tato Bores: salú, vermú con papas fritas y good show (o yow, como pronuncian ahora...)
Pero el amor, qué lejos.