jueves, diciembre 30, 2010

GRANADERO DE SAN MARTÍN

No sé si el tamaño importa. No soy sexólogo ni escribo novelas porno, de modo que nunca me preocupé pero tampoco ninguna mujer me recriminó ni se manifestó extasiada por cuestiones referidas al tamaño, a la velocidad de erección ni al tiempo de “sostenimiento” de la misma. Puesto en cristiano, no he sido eyaculador precoz ni de la mañana siguiente.

Tenía en la secundaria un profesor de química, quinto año, turno noche. El tipo convivía con una erección permanente, situación que no ameritaba su alumnado, estrictamente masculino y, por el turno, crecido en barbas, muchos de ellos casados y con prole a cargo.

Todos esperábamos la clase de química para burlarnos del profe, una víctima que, dado el nivel de cachondeo, podría habernos mandado a todos a marzo. Pero era un buenazo y, en cuanto cazó la onda de nuestras chanzas, nos contó el origen de sus padeceres y, justo es reconocerlo, placeres colaterales.

Parece que era una cuestión circulatoria, un “viagrazo” cuando no existía el Viagra. Los tratamientos habían fallado y una intervención quirúrgica tenía riesgos que el profe no quería correr. ¿Riesgos coronarios?, le preguntó un alumno que apuntaba para médico. “Ma qué coronarios”, respondió el profe: “Que no se me pare más, ése es el riesgo”.

Saliendo ya de aquella clase explicativa, nos dijo que no le temía a la muerte sino al ridículo. Se planteaba a veces la posibilidad de morir en un accidente y yacer sobre una plancha metálica de la morgue con la polla en posición de firmes.

Como esos soldados con uniforme histórico, tipo Granaderos de San Martín o del regimiento de Patricios dijo-, que se duermen en sus guardias frente a la casa de gobierno y se derrumban con todo el correaje y el fusil con su bayoneta apuntando al cielo.

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