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QUÉ NO SOMOS
El que esto escribe no es marciano. Nací de padre y madre, me eduqué en la escuela pública, tuve las oportunidades que daba la Argentina hace cuarenta años, cuando ya los jóvenes criticábamos la decadencia de una sociedad que no respetaba a sus mayores y sazonaba a sus hijos para devorárselos pocos años más tarde.
¿Qué pasó después? La guerra fría recalentó los cerebros de mucho fascista criollo, que en las universidades del estado advirtió que se estaba gestando la revolución que acabaría instalando paredones a la cubana, gulags a la soviética, que izaría el ominoso trapo rojo tras arriar la celeste y blanca.
Ésa es la historia minimalista, la de los mediocres al servicio de los privilegiados, los dueños de la tierra, los que quisieron y pretenden todavía un país agrícola, una gran estancia con peones y terratenientes -o arrendatarios-, sumisos de sol a sol, recelosos de cualquier atisbo de organización gremial y política.
Desde que era pibe oigo decir que la Argentina es un país rico, que se salva con una cosecha, que acá no hay hambre, que esto no es África, que ni siquiera es Latinoamérica.
Sin saber qué somos, definiéndonos siempre por la negativa, la historia nos pasó por encima, el monstruo global se ha puesto la servilleta y está listo para devorarnos.
Pero seguimos jodiendo.
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