lunes, marzo 16, 2009

CONTRAFLOR AL RESTO


Pidió permiso para sentarse y se lo dieron: acababa de levantarse un desplumado. Es mi turno, pensó: a éstos los limpio en un par de jugadas.
Qué podía hacer un trío de perejiles frente a un tahur consumado, experto en alzarse con cosechas enteras de los estancieros que, hay que reconocerlo, pierden sin mosquearse, aunque salgan del garito y crucen en lìnea recta hasta la casa del notario -que además es prestamista-, a hipotecar sus campos.
Y así fue. Falta envido, truco y contraflor al resto, toda la batería de su prestidigitación y clinck caja, a llorar a los tambos.
-Padre- lo detuvo uno de los perejiles, cuando ya se levantaba con las faltriqueras de la sotana de franciscano rebosantes de pesos fuertes: -se olvida el misal.
Todo iba bien hasta ahí pero, es evidente, el que te jedi decidió escarmentarlo porque el cablecito del audífono se desprendió del lomo del misal. Curioso como gato, el perejil se lo incrustó en la oreja y una voz femenina lo increpó: Podrías seguir hasta desplumarlos, sos un mediocre sin remedio.
No le hablaba a él, fue evidente, la voz femenina. El perejil miró al techo y ahí estaba, asomada a la barandita del entrepiso del coqueto garito, con unos binoculares de última generación colgándole del cuello de ángel distraído por la ofuscación.
-Perdónalos, Dios mío, no saben lo que hacen- dijo el perejil y, a una seña apenas perceptible, los otros dos perejiles se abalanzaron sobre el cura estafador.
La seña, vale aclararlo, fue una leve suba de las cejas, como la del as de espadas.

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