Nos preguntan, con demasiada frecuencia, para qué escribimos. Que es una manera de preguntar por qué no hacemos algo más útil. Caemos en la trampa y arrancamos con el discurso.
Ahí es cuando el que había leído con algún placer un cuento o hasta una novela nuestra, cambia de canal.
No son giles, los lectores. El perro puede correr una vez tras el hueso de plástico, pero al segundo tiro se sentará a esperar que lo respetemos y le demos algo con carne. O carne, incluso sin hueso.
Si no sabemos para qué, no perdamos ni hagamos perder el tiempo. No espantemos a los que se acercan a nuestra escritura porque aprecian la emoción, la sorpresa, cierta armonía entre el texto y su significado.
Apenas eso.
Suelo responder: porque me hace sentir vivo, porque necesito hacerlo, porque me permite ser el que no soy, y conocer un poco más al que sí soy. También, apenas eso.
ResponderEliminarY quizá nada sea útil. Ni el escritor, ni el arquitecto, ni el mecánico. Tal vez todo sea un juego, al que cada uno se entrega con más o menos seriedad.
Un saludo,
Alejandro.
Lo escrito ya no pertenece al escriba, si va dirigido a los lectores; salvo que fuese una carta, dirigida a una persona; ya que en este último caso, la autorización para su publicación pertenecería al remitente y no al destinatario. Está bien así
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