Me levanto temprano, me preparo mate, la rutina, y manos a la novela. Tipeo un par de renglones y zas, un chillido: -¡No me toques!- grita un personaje al que ayer había dejado cojiendo con la mujer de su amigo. -Es absurdo-, le digo: -si te dejo allí, llegará tu amigo y los encontrará en la cama a los dos. No sé lo que hará en tal situación. -Si no lo sabes tú- me dice, con cierto desprecio. Y agrega: -Apaga ese ordenador y ve a correr un rato, o a follar tú también, que falta te hace.
Salgo a correr y luego, recién después de intentar en vano la segunda opción, caigo en la cuenta de que ese desgraciado me hablaba de tú, siendo argentino.
Enciendo el ordenador (carajo, la compu) pero el tipo se las tomó, ya no está, lo busco página por página y nada.
Estas cosas son las que me quitan las ganas de seguir escribiendo.
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