Tiene catorce años y un embarazo de tres meses. Acaba de hablar con papá –empresario progre que aún hoy colabora con el PC. Papá no la reprendió. Apenas si le insinuó que era una tonta y ella lloró. Lloraría de todos modos –entendió papá: las mujeres se ponen sentimentales cuando se embarazan. Y su hija, aún adolescente, es una mujer.
Papá le dio el número de teléfono, partió hacia su oficina y ella quedó preparándose el desayuno. Él le dijo que la ama –lo dicen a cada rato en las películas norteamericanas. Ella le dijo que también.
Horas más tarde, el médico admitió dos cosas. Que era en efecto “un reconocido abortista” –opero en mi consultorio pero con todo el instrumental y el personal que me asiste en el hospital- abundó. Y que ella lo había llamado.
-Pero cortó en mitad de la comunicación- dijo el reconocido abortista.
Papá llegó tarde.
Mamá, de viaje por Europa y Asia.
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