Llaman a la puerta, abro sin preguntar quién es y me arrepiento.
-¿De nuevo tú?
-Es la hora- dice, orgullosa de lucir esa lúgubre ancianidad que no intenta siquiera disimular: -Acompáñame.
-No iré contigo, te lo he dicho cada vez que has venido.
-¿Me acompañarías, si quien viniese por ti fuera una bella y joven mujer?
Cierro la puerta en sus narices con las que nunca olfateó nada, frente a sus ojos que nada ven excepto los abismos.
Cuando después de varias noches vuelven a llamar, no abro. Desde la ventana del piso superior la espío. Nunca he visto hembra humana tan deslumbrante, casi desnuda, tocada apenas por una brisa de tules y aromas boscosos.
Sabe que voy a abrirle, acaricia la puerta como me acariciará cuando salga y descubra que, en apenas un par de minutos, ha envejecido cien años.
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