Sucedió esta mañana. Subo al subte y me lo encuentro, sentado y leyendo “La autopista del sur”, del maestro. –Siempre leyendo, vos. Como para levantarte minas si ni siquiera levantabas los ojos de los libros.
Ríe, se para y me abraza. Con el bamboleo del subte casi nos vamos al piso los dos, tanto abrazo. –Buen libro- dice, -te recomiendo los cuentos de este flaco Cortázar.
Para qué decirle que es tarde, que los leí hace mucho y que a veces, como hoy a él, me lo encuentro al maestro leyendo a Borges y a Macedonio, aunque en esos casos no interrumpo.
Me bajo en la estación siguiente y él levanta por un instante la vista del libro para mirarme y sonreír, con esa cara de hasta luego que tuvo siempre.
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