Que mientras el mundo se desmorona Hollywood insista con su entrega de los Oscar implica una voluntad de resistencia que no tienen otros sectores que, a la primera dificultad, sólo atinan a quejarse y echar la culpa a terceros.
Ahora, entre nosotros: ¿a quién le importan los Oscar? A las distribuidoras, claro, que hacen su negocio montadas en el marketing de celebridades y presupuestos millonarios, y a la gilada, que también es millonaria pero de frases hechas y preconceptos que reemplazan a un juicio crítico propio.
Que Mickey Rourke, el protagonista del bardo publicitario "Nueve semanas y media" resurja ahora convertido en un remedo del increíble Hulk, nos da un indicio del criterio con el que la academia de supuestos expertos juzga una buena actuación.
En mi época -remota, antropológicamente interesante- los premios valiosos eran los que daban Cannes y Berlín. Entre nosotros, el festival de Mar del Plata dio unos tímidos primeros pasos en los ´60, después las dictaduras se lo llevaron puesto y resurgió como una suerte de Cosquín del cine, de la mano del inescrupuloso maestro de ceremonias Julio Maharbiz, en pleno menemato. Acabado el sueño convertible, ha vuelto pero algo tristón y cansado, mostrando lo que deja la bajamar de los festivales "importantes".
Los españoles se relamen de gusto con el Oscar a Penélope Cruz, por caerle más guapa que Scarlett Johansson al hispano Javier Bardem, que en el bodrio autorrepetitivo de Woody Allen hace lo que se espera de un hispano: que trabaje de hispano.
Y es que para los norteamericanos el mundo es como lo mamaron en sus escuelas: España es toros, olé y a lo sumo Picasso y Gaudí, como Argentina es gauchos, tango a lo Valentino y el buen churrasco que se come en su capital, Río de Janeiro.
El cinéfilo argentino, que es -o fue- mayoría en comparación con el de otras latitudes, descubrió en su momento a Ingmar Bergman y le dio crédito a Woody Allen antes que ninguna academia, pese a que el neurótico de Manhattan nunca pisó suelo criollo. Sin embargo nuestros "expertos" -siempre entre comillas- remedan hoy a los del norte y premian a engendros previsibles mientras montan en cualquier hotelucho del centro un Hollywood de cartapesta.
Hollywood lleva en sí mismo los gérmenes del contagio, como el mosquito de la selva lleva el dengue. El mundo se derrumba pero ellos saldrán hechos y, como Stallone volvió a Vietnam e hizo puré a los sucios vietcongs, ellos regresarán con toda la gloria de sus estatuillas y su parafernalia de megaproducciones, a demostrarnos, como en el "Planeta de los simios", que el mundo fue, es y será norteamericano. Aunque -próximamente en esta sala- estalle en pedazos.
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