Se sirvió un whisky, después de acabar con la mujer. Tanteó en la mesa de noche, en busca de cigarrillos, pero un rato antes de amarla se había fumado el último. Maldijo su imprevisión, odiaba quedarse sin tabaco cuando terminaba: otro whisky.
Limpió el cuchillo -uno común, de cocina: el arma es siempre ocasional, le da otro sabor a la tarea no saber con qué lo hará cada vez. Lo guardó en una bolsa de plástico, con el vaso y la botella, aunque antes se mandó un tercer trago.
Tengo que dejar de beber -se dijo, ya mientras arrastraba el cuerpo hacia el baúl del auto: no quiero terminar como Bucowsky.
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