
Abrís un correo en yahoo, por ejemplo, pero no le das la dirección a nadie. ¿Por qué lo hacés? “Para tener un correo alternativo”, te decís, “una dirección sin estrenar, ante la emergencia de que mi otro correo no funcione un día y deba escribir a alguien”.
Cosas del aburrimiento, tal vez, pero lo olvidás. Cuando lo abrís, pasado un mes, ahí está el mensaje: “Por fin te encuentro. Te espero esta tarde a las tres, en Talcahuano y Corrientes, te quiero”.
No hay firma ni remitente pero es el día –esas casualidades- y estás a tiempo. A las tres en punto estás en la esquina de la cita. Mucha gente, autos, bocinazos, gritos, el trajín de un día cualquiera, nadie se detiene.
Recién a la noche abrís otra vez el correo, con la aprensión de quien entra en una desconocida habitación a oscuras.
“Gracias por venir”, el mensaje: “Te vi, triste como nunca, y decidí seguir sin vos”.
Cliqueás “responder” y te largás a escribir como si alguien, alguna vez, fuera a leerte.
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