
Llegó de la calle y entró en su casa, arrasada por las lágrimas. Cruzó la sala sin mirar a sus padres y a una pareja de amigos que bebían y charlaban. El padre la llamó, la madre fue tras ella pero se encontró con la puerta cerrada en sus narices.
Un dolor insondable la atrapó en sus fauces de lobo y de ahí venía el aullido que su madre, al otro lado de la puerta, confundió con un alarido y la explosión del llanto.
-¿Qué le pasa?- preguntó el padre, que no se había movido de la sala y apenas si distrajo su conversación con los amigos.
-Nada grave- la madre, comprensiva: -rompió con el noviecito.
Nadie se asomó al jardín ni a una miserable ventana. Nadie elevó su mirada esa noche hacia la luna llena.
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