
Plena madrugada y el tipo caminando por la consabida calle solitaria. Oye los pasos detrás pero al volverse no ve a nadie. Sigue andando. Siguen los pasos por detrás y nadie. Llega por fin al callejón en el que dejó estacionado el auto, sube y arranca despacio, nadie, calles desiertas. Sólo otro auto, muy parecido al suyo –la misma marca, el mismo modelo- que lo sobrepasa en una avenida. Acelera para darle alcance porque le pareció –sólo le pareció- que quien conducía ese auto era él mismo. O su réplica. Clava el pie sobre el acelerador pero el otro auto se pierde de vista: anda más rápido, aunque parecen iguales.
Por fin la curva cerrada, el camión que llega por la mano contraria, el auto que derrapa y el choque frontal.
Al día siguiente, en Policiales de los diarios, la crónica del accidente. Un muerto, el del auto, y un herido, el camionero.
Alguien, en un bar de la ruta no muy lejos de la pronunciada curva, cierra el diario y acaba el desayuno, antes de seguir viaje.
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