
La fragmentación es parte de la estrategia de dominación. Sembrar la desconfianza o, en su defecto, la indiferencia hacia el otro, el diferente, el que vive lejos de nuestra tierra y de nuestras creencias.
Atizar el fuego egocéntrico, convencernos de que nuestra sociedad, con todas sus taras y sus terribles injusticias, es mejor que la de ellos, la de los otros.
Y si es posible, que aplaudamos la decisión de acabar lenta o radicalmente con los otros, o de aislarlos, de apagar sus voces, de distorsionar sus mensajes, de bloquear sus idiomas y lograr por fin que sus gritos de liberación y pena suenen como aullidos de lobos salvajes.
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