
Sonó el teléfono y eras vos. Tres de la madrugada, de veinticinco años después.
Soy feliz –dijiste. Tengo una familia de ésas que llamabas “tipo”: dos hijos, un varón y una mujer, un hombre a mi lado que me sigue queriendo desde que vos dejaste de hacerlo.
Era tu voz y no fue necesario que yo hablara, o no me llamaste para eso, porque te quedaste callada durante un par de minutos, y cortaste.
Me dormí apenas apoyé la cabeza en la almohada.
Esa noche –pero sólo esa noche, después ya nunca más-, esa breve noche porque como de costumbre desperté muy temprano, vos con tu hombre y yo con mi silencio, dormimos abrazados.
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