domingo, marzo 08, 2009

MAMBO EN DOMINGO (a pedido de C.)




No pensaba salir, no le gustan los domingos, no es de Ríver ni de Boca, las sombras y los gozos están lejos de los sentimientos que no tiene. Pero se quedó sin fasos. Y salió.
Error fatal, el kiosco de siempre está cerrado, camina dos cuadras y nada, encara a una viejita, único ser medianamente humano en todo el centro de la Buenos Aires abandonada y sucia de los domingos. Me quedé sin tabaco, no doy más, dice Mambo, y la abuela le indica un galpón grande, ahí adentro lo van a ayudar, hijo. Entra, poca luz, gente ensimismada, espantajos colgados de los muros, qué carajo es esto, amaga retroceder pero al fin descubre el kiosco. Cada vez vienen más berretas, con esto de los asaltos, se acerca a una ventanilla con agujeros, particulares sin filtro, pide.
Una mano sale por entre una cortinita y le convida: tengo lucky -dicen desde adentro. Acepta, aunque sean rubios, le da fuego al de adentro y entonces, a la luz de la lumbre, reconoce al cura, vive en el barrio, han hablado más de una vez de mujeres y de fútbol.
No vendrás a confesarte, le dice el cura y Mambo se persigna, aterrado ante la sola posibilidad de desembuchar sus pecados. Qué alivio, dice el cura: fumo y quiero dejar, fumo y quiero dejar, pero sigo.
Me pasa lo mismo, dice Mambo, mato y quiero dejar, pero sigo. Y agrega, aspirando el humo hasta el esófago: son fuertes, estos rubios. Parecen negros.

sábado, marzo 07, 2009

BLA BLA BLA y BANG BANG BANG


Otra vez la pena de muerte. Sin debate, a puro exabrupto. La prensa vuelve a hacer su agosto sangriento con temas que lanza al ruedo mediático sin seriedad, como es costumbre. Ahora aprovechan el brulote de una ex modelo publicitaria y ya añeja conductora de un mamarracho televisivo, quien reclamó la muerte para los asesinos de un colaborador.
¿Quién no piensa en matar al que mata, cuando la víctima es alguien a quien queremos? Otra cosa es el estado, las normas que nos permiten, precisamente, vivir sin cazarnos uno al otro para quitarnos la comida, los bienes, los afectos.
Con treinta mil desaparecidos, con miles más de torturados y encarcelados que apenas si han logrado salir del infierno, todo ello sin garantía jurídica alguna, a plena ley de la selva y desde un estado totalitario hasta 1983 y con gatillo fácil en plena democracia, seguimos hablando de la pena de muerte. Reclamándola como a una suerte de solución final para la violencia que corroe a nuestra sociedad.
Brasil sembró escuadrones de vengadores parapoliciales en sus favelas durante décadas y ahí está. Hoy se sigue matando tanto o más que ayer, sólo que los policías clandestinos han sido reemplazados por sicarios precoces y ejecutores de las bandas de narcos.
La presidenta argentina, con su ya proverbial olfato político, salió a ganarse más enemigos al acusar a la justicia por su lentitud en el trámite de los juicios a represores. Si bien no aludió directamente al tema del día, intentó descolocar a los jueces que, rápidos de reflejos, hablaron por boca de una de sus titulares de la Corte Suprema, Carmen Argibay, reclamando lo obvio, lo que está a la vista de todos pero nadie quiere ver: se necesitan más recursos, más jueces. Eugenio Zaffaroni, otro de los jueces supremos, declaró que ni siquiera se penaliza a los menores que delinquen: se los "protege" enviándolos a esos verdaderos campos de concentración que son los institutos de menores, donde los que deberían recibir asistencia y apoyo sicológico sólo perfeccionan sus presuntas artes para robar y matar.
Bla bla bla y bang bang bang serían, en esta mala historieta nacional, las onomatopeyas representativas del discurso hueco e hipócrita y de una práctica que no cesa: la de asesinar a mansalva desde arriba y desde abajo.
Mientras "Cambalache", el tango de Discépolo, siga siendo nuestro himno nacional, seguiremos destruyéndonos unos a los otros, tendiéndole emboscadas sangrientas a la condición humana.


jueves, marzo 05, 2009

GUANTÁNAMO -La última, por ahora, de Mambo-







Mambo no confía en mails, sms ni chateos, le parecen cosas de señoritas y de putos. Pero abrió una cuenta en yahoo cuando pasó un año sin recibir una carta y el teléfono de línea se quedó mudo y solitario.
Empezó a creer en Bill Gates cuando recibió el mail, esta mañana, convocándolo a Guantánamo: el paraíso terrenal –se dijo-, poder torturar y que te garpen en dólares. Allá va, armado hasta los dientes, aunque espera que los yanquis le den ferretería nueva, no esta porquería de museo.
Los taxistas no quieren llevarlo, tiene que convencer a uno encañonándolo en el entrecejo: a Juncal al novecientos, le ordena. Es la dirección que le dieron, segundo piso, cuando llegan noquea al tachero para no pagarle, baja y entra en el edificio. Sube en un ascensor de rejas, como los del viejo cine de Chabrol, ideales para que te fusilen desde la escalera, pero llega entero al segundo piso. Guantánamo, reza el cartel pintado en rosa, risas adentro, música a todo tímpano, ¿qué es esto? se pregunta pero tarde, ya abren la puerta.
¡Viniste, mi amor! Antes que pueda echar mano a su pistola soviética ya el travesti se la está manoseando, pero pasá, divertite, hoy inauguramos, tanto tiempo.
Ahora lo recuerda, se hacía llamar Débora: aumentó las tetas pero la cara no tiene arreglo, se lo culeó una noche en la calle Borges, Palermo Hollywood, contra el muro de una casa vieja reciclada en restorán, al que ese mismo día había clausurado una inspección porque tenía caca de ratas en la cocina.
Estás igual, le susurra el travesti. Paula, dice ahora que se llama.

miércoles, marzo 04, 2009

MAMBO, DE COMPRAS


Mambo está alzado. Pero no tiene mina y, además, tiene hambre. Entra en el autoservicio como ladrón de bancos del farwest: jansap, dos salamines y un tetra de tinto o te quemo, coreano de mierda. El de la caja lo mira ofendido: no soy coreano, soy japonés. Dame lo que te pedí, japo –lo ponen nervioso los amarillos, resabio del cine yanqui de su infancia. Y una buena hembra.
El nuevo pedido agota la paciencia del comerciante: esto no prostíbulo, grita, anaranjado (amarillo más rojo) de ira, esto no prostíbulo. Desarma y corre al asaltante con una escoba que tiene de oferta a dieciocho pesos. Mambo sale trastabillando y, ya en la calle, siente dos golpes en la cabeza: son los salamines que había pedido. Hay que reconocerle buena puntería al oriental.
¿Y el tetra? –grita, legítimamente furioso: -¡Con qué bajo los salamines, chino ladrón!

martes, marzo 03, 2009

MAMBO, DE PARO



Asesinos con experiencia, no mayores de veinticinco. El aviso no daba más precisiones. Mambo tiene 40, aunque anuncia treinta y cinco porque la percha ayuda a sostener el embuste. Carita de Robledo Puch, documentos retocados y listo, pero treinta y cinco siguen siendo diez más de los que pide la empresa. ¿Qué experiencia puede tener un asesino de veinticinco?
Lo siento, dice el de personal que lo atiende, está pasado de edad. Y cuando ya Mambo se retira, desalentado –hace cinco años que no emboca una, ¡si hasta llegó a trabajar de albañil!-, el entrevistador le pide que espere, que puede haber algo.
Revisa una lista. Sí, dice al fin, hay una vacante, lo felicito. ¿De qué se trata?, Mambo, con recelo, tantas veces se ha hecho ilusiones que no soporta más desengaños.
A los asesinos que tomamos –pibes, todos, botarates peligrosos cuando han matado lo suficiente para creerse infalibles- hay que darlos de baja. Y usted puede ser bueno, tiene cuarenta, me dijo... Treinta y cinco, corrige Mambo. Bueno, treinta y cinco: da lo mismo. ¿Acepta?
Dele, ¿cuándo empiezo?
Mire –el de personal señala el monitor en la pared, un flaco meando en el baño del piso de abajo-. Si lo da de baja ahora mismo, pasa por caja y cobra un anticipo. Buena plata, poco esfuerzo.
Corre, Mambo, al baño de abajo, pero el flaco ya se ha ido. Lo busca pero, ahora que lo piensa, sólo le vio la nuca.
Hijo de puta, dice, por el de personal: siempre te garcan, cualquier excusa es buena para no tomar a uno que acaba de cumplir cuarenta.

domingo, marzo 01, 2009

ESTE DOMINGO


Le ha sucedido otras veces. Pero no se lo cuenta a nadie. ¿A quién puede importarle el relato de un pordiosero? Los que llegan o salen de la iglesia ni lo miran, alguno se compadece y deja caer una moneda en la gorra que el hombre coloca a sus pies, cada domingo por la mañana.
Mejor así, que crean que es un mendigo y que sobrevive gracias a la caridad cristiana. El cura párroco, el único que a veces lo saluda, sabe decirle que los caminos de Dios son misteriosos. Él ya lo sabe, pero deja que el cura crea que lo supo antes, para eso es cura.
Para que suceda tienen que darse algunas condiciones. Que haya mucha melancolía en el aire, por ejemplo, que llueva despacio, como ahora, y que el viento siembre la lluvia con manos de labriego, hacia el noreste de la ciudad. Hoy, por ejemplo, este domingo, pero quién sabe, hay que esperar a que terminen las misas.
Por fin sucede, cuando acabó la misa de doce y el cura cierra los portones: a comer, mendigo, que tus buenos pesos habrás juntado, le dice el párroco que, entre paréntesis, nunca lo invitó a compartir su almuerzo, como dicen que en cambio hacía Jesús.
Ella llega entonces, tan joven, el tiempo no la ha rozado. Se sienta junto a él, le pregunta cómo ha estado, bien, ¿y vos? Esperando este domingo, responde ella y se acomoda junto a él, apoya la cabeza en su hombro, esperando a que pase la tormenta. No hay a dónde ir, cuando arrecia la melancolía.
Desde el bar frente a la parroquia lo ven, como tantos otros domingos. ¿Qué hace ese mendigo en los portones de la iglesia?, pregunta un cliente al mozo que le trae un café: si están cerrados.
El mozo, que de tanto verlo también la ve, se encoge de hombros y dice que nada, pobre tipo, quién sabe la historia que lleva a cuestas, debe estar esperando a un ángel.
El cliente sonríe de mala gana, mira al mozo con desconfianza, apura el café y se va, sin dejar propina. El mozo aprovecha que el bar ha quedado vacío para pararse en la puerta, encender un cigarrillo y saludarlos con la mano en alto.
Desde los portones de la parroquia le responden los dos, efusivos, agitando sus brazos, como si recién llegaran o se despidieran para siempre.