domingo, junio 12, 2011

BANCOS


Nunca creíste demasiado en lo de la familia. Eras muy crítico con los valores pequeñoburgueses, veías cómo muchos de tus amigos de juventud cambiaban el mundo por un dos ambientes, la nave insignia por un seiscientos, la revolución por una hipoteca.
Viviste con ella un tiempo, porque te gustaba y porque no había compromiso alguno y un pacto libertario los unió más que cualquier acta burocrática. Nacieron Paula y Alejandra, dos bellas mellizas que crecieron sin reprocharte tu separación y tu distancia, los llamados y visitas cada vez menos frecuentes, tu exilio en un país demasiado lejano, el silencio de los últimos diez años.
Ahora, hoy, que regresas y llamas a la misma puerta con el corazón batiéndote el pecho. Ahora que tal vez Paula o que tal vez Alejandra te abre la puerta y pregunta qué se le ofrece, y cierra ante tu callado asombro, recelosa, algo asustada.
Ahora, hoy, empiezas a entender que no hay nadie en este mundo que sea fiel a tu recuerdo, nadie que te espere para siempre cuando vuelves de nunca más.
Das media vuelta y te parece que hay mares y continentes de por medio.
Pero son apenas tres cuadras las que te separan del banco al que te diriges a pagar tu hipoteca.

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