martes, octubre 05, 2010

LECTORES

Nos quejamos, los escritores, de que a la hora de la verdad no vendemos lo que creímos haber vendido. Y le echamos la culpa a los editores, a los medios de prensa y a los distribuidores. Tienen culpa. Pero no toda.

Todavía, y me pesa decirlo, la mayoría de la gente –el consumidor promedio- no tiene la más remota idea de lo que trata la literatura. Y entre esos consumidores promedio hay, me pesa aún más comprobarlo, más de un escritor.

De la literatura, la gente sabe o sospecha que se trata de una disciplina, o indisciplina, por la cual escribimos historias más o menos entretenidas. El objetivo: que ellos las consuman.

La crítica literaria, si existe, sobrevive en algún opúsculo que cuelga en los kioscos del centro (de Buenos Aires) y que compra algún trasnochado estudiante de Letras. Los diarios hacen marketing. Los críticos serios no son tomados en serio por esos medios. Y nuestros colegas en los diarios… hacen marketing.

Me pregunta la gente –con alarmante frecuencia- qué escribo, si para escribir me baso en hechos reales, si los personajes son amigos míos encubiertos, si tal o cual personaje soy yo, si no me parece que de tal novela está mejor la película que el libro, que de qué vivo porque “de eso”…, por qué los escritores son raros, por qué no escribimos sobre la vida real, historias en la que “ellos” (la gente) puedan reconocerse.

Y la frutilla de la torta: los libros. Cuando voy a la feria (del libro) me compro media docena de autoayuda, todos los de Dan Brown y los de Marcos Aguinis, el de Tenenbaum sobre los Kirchner, los de Majul. Siempre compro libros –te dicen-, aunque hoy menos que antes porque qué caros que están, flaco.

Y el flaco se la banca, calla, se va silbando bajito porque está un poco esgunfiado de tanto tratar de abrir zapallos. Y eso que el flaco no es catedrático, no da conferencias, no vive de las minas ni se aprovecha de tanto ganso con libreta que quiere ser culto pero ni lo intenta.

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