Al tipo le dio por ser actor para disfrutar de los aplausos. Aunque como de costumbre no sean para él sino para el capocómico, para algún secundario que nunca es él y para la estrellita que es además y como corresponde la amante del capocómico.
Él dice lo suyo –el tipo-, tiene buena memoria para repetir letras que otros escriben y, con las frases sueltas que se le fueron pegando de tanto andar los caminos, armó un discurso que parece propio y que a veces le da patente de inteligente.
Pero claro –todo tiene un pero claro-. Cuando al final de las funciones el tipo se quita el maquillaje, la letra ajena se le borra de la memoria. Queda mudo, el tipo, amnésico. Mirándose en el espejo, no ya sin reconocerse, sino sin siquiera recordarse.
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