
jueves, octubre 14, 2010
RAZONES DE LA CRISIS

martes, octubre 12, 2010
NO SOY VARGAS LLOSA

De
Lo primero que llamó mi atención adolescente –en la prehistoria de mi vida- fue la miseria. El hambre, la desnutrición crónica, la explotación miserable –por parte de las mismas oligarquías que atacaron y atacan al peronismo- de trabajadores rurales en el norte profundo de mi país.
Lo segundo que llamó mi atención, apenas un poco más crecido, fue que gobiernos democráticos que mal o bien intentaban desarrollar políticas progresistas fueran tumbados por golpes militares apoyados por civiles. Una y otra y otra vez.
Lo tercero que llamó mi atención fue que antes de la irrupción de cada dictadura, miles de millones de dólares acumulados por las clases dirigentes volaran como golondrinas en viaje de ida sin retorno, muy lejos de la patria que nos ordenaron amar y defender hasta perder la vida –las nuestras, claro, no las de ellos.
Lo cuarto que llamó mi atención fue que esa plata no volviera, que los argentinos ricos figuraran entre los más ricos del planeta y que los argentinos pobres lo fueran tanto como los bolivianos, los chilenos o los peruanos o los brasileños o…
Lo quinto que llamó mi atención fue que los países de América del Sur padecieran males idénticos unos a otros, y que África en el siglo veinte pasara por procesos de despojo y desgarramiento tan similares a los de
Lo sexto que llama mi atención es que hoy, cuando
Y escribo esto a propósito de una nota editada por “El País” de España y cuyo contenido da vergüenza ajena.
Podría, tal vez debería, escribir un ensayo o dos, meterme en política y postularme a presidente, a ver si pasados los 70 pirulos agarro distraídos a los del Nobel. Pero no soy Vargas Llosa, no sé si se han dado cuenta.
jueves, octubre 07, 2010
A PESAR DE LOS SUECOS

Los de la academia sueca logran su objetivo: que discutamos si está bien o mal otorgado el premio que lleva el nombre del inventor de la dinamita. La conducta política del Vargas Llosa maduro y geronte dan vergüenza ajena, pero cuando yo tenía veintipico de años me deslumbró “La ciudad y los perros”, que el peruano había escrito a los veintiséis.
A los poco más de mis treinta descubrí “La guerra del fin del mundo”, que varias décadas más tarde redescubriría la entrañable y talentosa (y muy joven) Gabriela Cabezón Cámara.
Ni qué decir de “Conversación en
América latina cambió y cambió aquel tipo. No creo, como se sugiere, que en su andar sobre las brasas de un crudo liberalismo económico haya borrado las huellas de su talento literario. Una y otra cosa van, lamentablemente, por sendas divorciadas que a veces ensayan reconciliaciones y acaban tirándose a la cabeza platos de mayor calibre que los iniciales.
No reivindico a los fósiles de Estocolmo, que fueron capaces de dar el Nobel a Dario Fo y Franca Rame, mientras dejaban de a pie a Borges y a Cortázar, entre otros. Y por no recordar el Nobel de la paz a Kissinger o a Obama. Me aburren los policiales suecos, me aburre Henning Mankel a quien le aburre la novela negra que no sea la propia, me aburre la monotonía y la soberbia de creerse faros de la civilización cuando son lo que son, espasmos de una cultura congelada y lejana en la que la noche, dicen, cae demasiado temprano.
Pero Mario Vargas Llosa es lo que fue antes de sus poses para el fascismo vergonzante del FMI, de su declarada desconfianza hacia lo que los europeos llaman despectivamente “populismo”, o sea, los gobiernos populares. Vargas Llosa es lo que fue antes de los enjuagues editoriales que le arrancaron textos prescindibles, de las caricias de una derecha cavernaria, de tanta descomposición operada en clínicas suizas para lucir rozagante o menos putrefacta.
Vargas Llosa, el de “La casa verde” y el de “La tía Julia y el escribidor” merecía que nos tomemos algo de nuestro tan a menudo malgastado tiempo hablando, aunque sea mal, de un gran escritor.
LETRA AJENA

Al tipo le dio por ser actor para disfrutar de los aplausos. Aunque como de costumbre no sean para él sino para el capocómico, para algún secundario que nunca es él y para la estrellita que es además y como corresponde la amante del capocómico.
Él dice lo suyo –el tipo-, tiene buena memoria para repetir letras que otros escriben y, con las frases sueltas que se le fueron pegando de tanto andar los caminos, armó un discurso que parece propio y que a veces le da patente de inteligente.
Pero claro –todo tiene un pero claro-. Cuando al final de las funciones el tipo se quita el maquillaje, la letra ajena se le borra de la memoria. Queda mudo, el tipo, amnésico. Mirándose en el espejo, no ya sin reconocerse, sino sin siquiera recordarse.
martes, octubre 05, 2010
LECTORES

Nos quejamos, los escritores, de que a la hora de la verdad no vendemos lo que creímos haber vendido. Y le echamos la culpa a los editores, a los medios de prensa y a los distribuidores. Tienen culpa. Pero no toda.
Todavía, y me pesa decirlo, la mayoría de la gente –el consumidor promedio- no tiene la más remota idea de lo que trata la literatura. Y entre esos consumidores promedio hay, me pesa aún más comprobarlo, más de un escritor.
De la literatura, la gente sabe o sospecha que se trata de una disciplina, o indisciplina, por la cual escribimos historias más o menos entretenidas. El objetivo: que ellos las consuman.
La crítica literaria, si existe, sobrevive en algún opúsculo que cuelga en los kioscos del centro (de Buenos Aires) y que compra algún trasnochado estudiante de Letras. Los diarios hacen marketing. Los críticos serios no son tomados en serio por esos medios. Y nuestros colegas en los diarios… hacen marketing.
Me pregunta la gente –con alarmante frecuencia- qué escribo, si para escribir me baso en hechos reales, si los personajes son amigos míos encubiertos, si tal o cual personaje soy yo, si no me parece que de tal novela está mejor la película que el libro, que de qué vivo porque “de eso”…, por qué los escritores son raros, por qué no escribimos sobre la vida real, historias en la que “ellos” (la gente) puedan reconocerse.
Y la frutilla de la torta: los libros. Cuando voy a la feria (del libro) me compro media docena de autoayuda, todos los de Dan Brown y los de Marcos Aguinis, el de Tenenbaum sobre los Kirchner, los de Majul. Siempre compro libros –te dicen-, aunque hoy menos que antes porque qué caros que están, flaco.
Y el flaco se la banca, calla, se va silbando bajito porque está un poco esgunfiado de tanto tratar de abrir zapallos. Y eso que el flaco no es catedrático, no da conferencias, no vive de las minas ni se aprovecha de tanto ganso con libreta que quiere ser culto pero ni lo intenta.
sábado, octubre 02, 2010
UN MÉDICO
