lunes, mayo 18, 2009

AQUELLA TREGUA


Llovía, recuerdo, cuando cerré "La tregua".
Trabajaba por entonces de visitador médico, una ocupación absurda por la que te pagaban como a un gerente de banco, sin ser gerente ni estar en el banco. Todo atorra que acreditara su atorrancia podía, y debía, ser visitador médico. La dura labor consistía en visitar médicos, como su nombre lo indica, y recomendarles que recetaran los medicamentos del laboratorio que uno representaba. Y eso era todo. Demasiado laburo para vagos contumaces, músicos, cineastas, revolucionarios, poetas y tantos verdaderos o falsos oficios que convivían con el buen curro de visitar médicos.
Entre visita y visita, o entre "dibujo y dibujo" -dibujar un médico era no visitarlo pero hacer como que sí-, yo escribía. Poemas de amor, de lucha obrera, canciones de adiós, manifiestos que agarrate Lenin, cuentos que chupátela Cortázar, chisporrotazos filosóficos, promesas de una vida que jamás transigiría con el conformismo y el aburrimiento.
En el fragor de esa actividad cafetera, leí "La tregua". Dos veces lloré en un bar. Una, después de haber muerto mi viejo, cuando le escribí una página -en papel común, berreta, de anotador, no había por entonces pretensiones web-, en reemplazo del diálogo que no habíamos tenido. Otra, -la segunda y última en los bares-, cuando leía las últimas páginas de "La tregua". Novela de un viejo choto que a su vez lloraba por la pendeja Avellaneda. El choto tendría algo más de cuarenta, un veterano insoportable, paleolítico, yo lo puteaba por viejo verde -la envidia es verde- y lloré con él cuando la perdió.
Mi viejo no volvió. Tampoco aquella emoción primaria de llorar en los bares por una novela y no por una mina ingrata que nos dejó de araca, sin finales felices.

sábado, mayo 16, 2009

MONEY GUITA PLATA PASTA



Nunca entendí muy bien el tema de la guita y de sus adoradores, qué clase de religión era esa ante la que nos obligaban a postrarnos, humillarnos, entregarnos en cuerpo y alma, morir por ella. Cómo se puede adorar lo simbólico sin siquiera haber indagado qué representa, que refugio de la náusea anida en lo profundo, qué infierno verdadero, qué falsos paraísos.
Empecé recién a sospechar de qué se trataba cuando advertí su poder. Amigos que llegan y otros que se alejan, certezas y pasiones que se desdibujan y se resecan. La vida que pierde su sentido trágico y por eso mismo, trascendente, para seguir cotizando en bolsa -y hasta valorizándose- aún después de acabada.
Ahora que Europa y los Estados Unidos fabrican billetes de a miles de millones, como un gigantesco Titanic que fuera capaz de fabricar los botes salvavidas que le faltan, se me agrega otra duda a las tantas que llevo en mi mochila cerebral: ¿a dónde irán a parar los náufragos, cuál es y dónde queda la tierra firme?
Sospecho, me temo, no quiero ni imaginar que esté en lo cierto, que el Titanic seguirá navegando mientras, ya lejos y en busca de otras playas, los botes perderán el aire y con él, la sustancia, la vaga ilusión de mañana o pasado ser ricos que a sus tripulantes mantiene a flote.
Y para muchos millones de hombres y mujeres será tarde, invocarán en vano al dios todopoderoso que gobierna desde los bancos centrales para que regresen los amigos, el amor, la antigua y despreciada tibieza.

martes, mayo 12, 2009

MORFAMOS EN LOS ANIVERSARIOS



Henning Mankell: "El policial es aburrido"
El exitoso escritor sueco que vino a la Feria del Libro de Buenos Aires, sostiene que escribe novelas policiales para hablar del racismo. Divide su vida entre Africa y Suecia, está "enojado" y piensa seguir estándolo, porque la crisis la pagan los pobres. En cuanto al género que le dio fama, dice que se remonta a la tragedia griega, pero de la mayor parte de las narraciones policiales prefiere prescindir.


No sé cuánto cobran los que cobran groso: Henning Mankell o Fred Vargas, por ejemplo. Sé lo que cobramos nosotros, los de la infantería: mierda. Nos van reduciendo los anticipos y en algunos casos ni eso, conformate con publicar, da las gracias y las reverencias.
El sueco que ama Mozambique estuvo en Baires, en la feria del libro, "del autor al lector", donde varios autores de acá brillamos con luz propia... por nuestra ausencia. Ama a Mozambique, el sueco, pero no a los escritores de género negro, le aburren. A mí también probablemente me aburriría el sueco, si lo leyera. Siempre quedó bien aburrirse de los contemporáneos, da lustre de estar más allá, remontarse a los griegos, como Grondona.
La gente aplaude esas forradas, paga el broli para que se lo firme el piola de turno y exhibe el autógrafo como a un tatuaje de tipo culto, aunque con el segundo vaso de tinto, o el primero de moscato, confiesen que intentaron leerlo pero no pasaron de la página veinte.
Y es que escribir es facilongo, lo jodido es leer. Para los escritores, bajarnos del caballo y patear la calle de tierra de los textos ajenos, sin barbijos, pisar los charcos de algún talento metido bajo el agua, como los sapos, sin ceder a la tentación de reventarlo con nuestro desprecio o, lo pior, con nuestra indiferencia.
Me tienen harto, las estrellas y los estrelladores. Harto de tanta pose, de tanto discurso hueco, como el del sueco que dice en la Ñ que le aburren las novelas gronchas y que prefiere Macbeth o Medea. Tomatelás, yo prefiero releer "Linterna mágica", de tu compatriota Bergman (Ingmar, no el rabino gorila, atenti). Y en nuestra tribu hay muchos indios talentosos que no la van de suecos africanizados y escriben novelas impecables, divertidas, crueles, apasionantes. No los nombro porque son amigos pero son buenos pese a serlo.
Reivindicar África me parece de diez, pero lo hace mejor y sin poses Antonio Lozano -El caso Sankara, Donde mueren los ríos-
Pero no quiero agarrármelas con vos, sueco, sólo que me estufó eso de "el policial me aburre". Y que andás indignado de cero a veinticuatro, como un cajero automático, por las desigualdades de este mundo. Pero ni palabra de las migajas que cobramos los autores, cuando cobramos, de la explotación que significa garparnos el diez por ciento y hasta el cinco si la cosa viene pocket. Y una vez al año, porque, total, morfamos en los aniversarios.

sábado, mayo 09, 2009

NI YO SOY TÚ NI TÚ SOS VOS, CHE







En mi novela nueva, "Ciudad Santa", viejos vicios de editores: cambiar lo que uno ha santificado -valga la redundancia y olé- en las galeradas.
Los porteños -entre los que me incluyo, aunque viva clandestinamente en las sierras- hablamos de vos, qué querés, así la chamuyamos. Los españoles ya nos van conociendo, se acostumbran a nuestras deformidades idiomáticas y hasta les gusta, por lo menos a algunos. También saben los de allá, o deducen si han leído algún novelón rioplatense, que un cana es un poli.
Así me ha llegado entonces la criatura, con algunos malos hábitos que habrá que corregir en futuras ediciones, je.
Espero que la novela te guste, oye tú che.


P.S.: la portada roja era la original, me gustaba más. ¿Y a vos/tí?)

martes, mayo 05, 2009

VIGILIA DEL TALENTO





La prometida -por la editorial Roca- culminación de "El efecto Transilvania", de Juan Ramón Biedma, "El humo en la botella", aparentemente no será publicada en los plazos previstos.
A los biedmadictos, que somos legión, recomiendo moderar sus ansiedades e iniciar una suerte de vigilia del talento releyendo "El imán y la brújula". Lejos de las estridencias del marketing, de las modas suecas o francesas, de cierta narrativa "trepidante" escrita a latigazos del peor lenguaje, el trabajo de este andaluz es una lección de la mejor literatura.
Quisiera ser Gilgamesh para enterarme, mañana o pasado -en los siglos veintidós o veintitrés- de la existencia, en un mundo probablemente desolado y vacío, de sobrevivientes leyendo a Biedma.
Pero mientras haya esperanza, no en que el mundo se salve pero en que al menos mejore un poco, amigos editores, no desperdicien la oportunidad de regocijarnos con "El humo en la botella".

sábado, mayo 02, 2009

LA PESTE


La fiebre chancha ha dado pasto a las fieras. Antes, por aquí, el mosquito dengue. O la llamada "inseguridad", con la que el periodismo berreta chorrea sangre durante las 24 horas. Pestes, acoso del delito, más pestes. Y por encima, en la estratósfera financiera, los chorros de guante blanco y notebooks disparando fuego a discreción: quiebras, vaciamientos, despidos masivos.
El miedo tiene ciudadanía global. La orden -esquiusmi, el consejo- es quedarse en casa, atrancar, desconfiar hasta de la abuelita que podría ser el lobo disfrazado.
Desafiando los respectivos "toques de queda", sindicatos y organizaciones populares ganan las calles. No tienen nada a qué temer ni nada que perder, están contagiados. O sea apestados. Por los despidos, por las intimidaciones, por la marginalidad a que los condenó hace rato la bonanza que nunca acabaría. La parte sana de la población mundial espía por los monitores, los mira con desconfianza y temor. ¿Hasta cuándo, se preguntan, la peste?