jueves, julio 28, 2011

TEMA, LA VACA


La vaca es un rumiante. Mastica y traga, pero el alimento regurgita y tiene que volver a masticarlo, y así. Vista desde el tren que cruza los campos, la vida de la vaca es envidiable. Se la ve como a un gourmet que disfruta de los pastos tiernos de la pampa y que apenas si levanta la mirada para guiñarnos un ojo cuando nos reconoce. 
Porque no todas las vacas son iguales. Las hay –pocas, pero las hay- que se han acostumbrado a vernos pasar, que nos buscan con sus miradas cuando el tren de los lunes viene cortando el viento y arrullando la tierra. 
Y nos encuentran, algo adormilados tras los cristales de la ventanilla, y el pasto ya masticado que les vuelve de las tripas se parece tanto al rumiado recuerdo de nuestros amores perdidos. 

martes, julio 26, 2011

UNA NOVELA


¿Por qué una novela? Nuevos amigos, situaciones que creemos novedosas, relaciones interpersonales sabrosas, tempestuosas, calamitosas. Crescendo, drama, tragedia, bufonadas, disparos, traiciones y promesas y traiciones, los mismos personajes que ya son otros o que aún muertos por el camino nos reclaman la última página.
Y ahí va entonces el portazo, echamos llave a todo lo que salió de nuestras tripas y también de la pura especulación. Y nos creemos a salvo.
Hasta que llega la edición y otros nos reclaman por las conductas, las situaciones, el desenlace, el fondo y las formas.
O la edición no llega. Y de nuevo la impunidad se refugia en el olvido.

sábado, julio 23, 2011

EL TERROR


El milenario “arte de la guerra” no parece haberse sofisticado demasiado, al contrario. La brutalidad está intacta y se potencia con nuevas armas y explosivos provistos por la tecnología del terror.
¿Qué puede esperarse de un terrorista, sino el ejercicio del terror?
La respuesta no es tan ramplona cuando el terror es ejercido por quienes se proclaman humanistas. La pregunta es en quiénes delegamos el poder político y qué herramientas éticas miden la supuesta distancia entre un ataque terrorista y un bombardeo para derrocar a un tirano. La pregunta es quién discierne qué causas son justas –lo que podría medirse con determinados patrones de respeto a los derechos humanos- y qué causas “califican” para ser combatidas por todos los medios. La pregunta es qué hace que naciones civilizadas -con una organización social regida por leyes que han sido debatidas, aprobadas y puestas en práctica durante décadas con el apoyo de la población revalidado en elecciones libres y periódicas- se embarquen en ataques a otras naciones, con el argumento o la excusa de derrocar a los tiranos que las gobiernan.
Es esta pregunta la que no se formulan –o si lo hacen, encuentran justificaciones en vez de respuestas humanitarias- las naciones que, coaligadas, participan en ataques y bombardeos a objetivos supuestamente delimitados pero acaban destrozando, mutilando, asesinando a inocentes, o desatando procesos de violencia incontenible como los que desde hace años azotan a Irak y a Afganistán.
La pregunta es por qué nos aterra el terrorismo que apela a esa pregunta sin respuesta para atacar a mansalva, destruir, matar y morir sin arrepentimiento.
Qué otra cosa esperamos del terrorismo sino el ejercicio del terror. 

miércoles, julio 20, 2011

TODO ESTE TIEMPO


Llegas tarde, como fue tu costumbre, y sin avisar. Sé que eres tú porque nunca supe nada de ti. Te abro la puerta sin mirarte y lo que entra se parece tanto a la brisa de aquella tarde, a la sombra tenue sobre la grava, a la excusa pueril para decir que sin embargo no era de adiós de lo que hablabas.
Todo este tiempo, dices ahora. No cierro la puerta y me preguntas si esperaba a alguien. Ya no, te digo.
O digo, simplemente, y salgo.

domingo, julio 17, 2011

YA ESTÁ, YA PERDIMOS


Ya está. Quedamos afuera de la Copa América. Fin de la ilusión. O del espejismo. Y el último domingo de julio acabará otra: la de empardarle a Macri. Después, las “internas abiertas”, un domingo inexplicable e inexplicado. Y hacia octubre. Con la gran prensa en contra, con un electorado crecientemente harto de la confrontación estéril, del divague revolucionarista, del triunfalismo.
No es tarde. No demasiado. A menos que surja otro Fito. O el mismo, después del 31. Por las dudas, compañeros de Página 12, díganle que no, que con una fue suficiente. Y a los templarios de 6,7,8: bájense de los atriles, que Néstor ya no está. Barone, tampoco con nosotros.
La gente no es boluda. Así, en general, digo. Porque la máquina de cortarlos –inventada por Tato Bores- sigue activa. La gente vota, la gente sigue leyendo diarios, mirando canales de cable y a Tinelli. La gente se informa –o se deforma- a piacere. Putean por tanto comicio. Cuando “las urnas estaban bien guardadas” –frase célebre de un ministro genocida-, todos callaban. Miraban a Gómez Fuentes, en el canal oficial, diciendo que estábamos ganando.
Hoy no ganamos, perdimos. En lo que ahora llaman ciudad autónoma, perdimos. Mis amigos cordobeses se hicieron “fitófilos”, por aquello de “me dan asco los porteños”. Si Macri se presentara en Córdoba también ganaría.
Algo pasa, ¿no? Algo anda mal o está “mal comunicado”. Agustín Rossi ataca a Bonfatti en Santa Fe, descalifica la buena gestión de Binner y, con su intemperancia, le da letra al midachi, que se relame y sonríe.
Se está poniendo denso el clima. Es lógico, se juega el poder por otros cuatro años. Un plazo en el que se consolida un rumbo o volvemos a las peores andadas. Pero con bravatas, descalificaciones, indignación sin horizontes, vamos directo a estrellarnos la cabeza contra la realidad.
Fito es un músico impresionante. Del Sel no está entre mis favoritos, pero me hace reír. No me causa tanta gracia cuando crece en las encuestas.
Basta de triunfalismo, plis, de soberbia, de utilizar a la tele pública postergando su excelente programación cultural para darle al bombo transversal. Bajen las revoluciones nacionales y populares, escuchen al otro, al que está de este lado y piensa diferente, al que sufre, al que no tiene trabajo en blanco ni tampoco en negro, al que no accedió a la shocklenderlandia, al que espera y está solo en las multitudes.

sábado, julio 16, 2011

MUNDO DE HAMBRE Y MERODEO INTERMINABLES



Algún iluminado buceador de profundidades se ha preguntado si hay vida después de la muerte. Las respuestas, muchas, alimentaron uno de los tantos “booms” editoriales y mediáticos, en torno de tema tan espinoso y, por ahora, difícil de comprobar, incluso para los voluntarios de toda condición dispuestos a inmolarse.
No es el caso de Juan Ramón Biedma. Si un escritor al que uno admira dijera “la hay”, pues nada que discutir, tienes razón, vívela y me cuentas. Biedma lo hizo. Y nos cuenta.
“Antirresurrección” es una novela de zombis. Están de moda, ya sé, como insultar a los políticos y preparar hogueras para recibir a los funcionarios del FMI con carne asada –la de ellos. Cuando supe que Biedma había escrito “una de zombis” sospeché de su integridad moral, sicofísica e intelectual. Uno es atávico, aunque cultive sin pudor los discursos infatuados de humanismo, y tiende a la descalificación, a discriminar con variadas excusas.
Pero contra esos venenos de la condición humana, el mejor antídoto –o uno de los buenos- es la literatura. Y hay que decirlo. Pueden estar de moda, los zombis, pero este Biedma les ha dado una pátina de eternidad que no sé si la merecen.
No contaré de qué trata la novela porque el autor se encarga, con su limpia prosa, de atraparte desde la primera página.
Hay un cana (pasma, policía), un tal Trespalacios, un reventado –diríamos en el río de la Plata. Una mujer, ex policía, inquietante como todas las mujeres de Biedma –no es polígamo, aclaro, por su honra y para que no lo expulsen de casa. El escenario, su Sevilla. No hay otra Sevilla que se parezca tanto a las grandes y corruptas ciudades del mundo como la Sevilla de Juan Ramón. A la manera de la Berlín de posguerra, está dividida, aislada de sí misma y de sus pestes por muros y ríos que amenazan derrumbarse y secarse en cuanto una inminente hora final haga sonar sus trompetas.
Que Trespalacios y Anzízar, y personajes variopintos que irán surgiendo de entre las sombras y pliegues de la historia, se embarquen en la investigación de unos homicidios, suena a exceso, a regodeo en la escena del crimen que esta vez –y como tantas otras, aunque menos explícitas- es la ciudad entera y, por la magnitud de la amenaza, próximamente el mundo.
Un mundo de hambre y merodeo interminables. Lo que el autor define es el mundo de los zombis. Pero sin cambiar una coma, su definición encaja como un guante en los mundos marginales de nuestras ciudades, en esas cloacas a cielo abierto del capitalismo que cualquier viajero observa con aprensión en cuanto desembarca en cualquier infierno urbano del llamado tercer mundo.
La Sevilla de “Antirresurrección”, como la de “El manuscrito de Dios” o “El espejo del monstruo”, es un juego de espejos deformantes, un gran parque de diversiones satánicas. Cuando el médium, Chokos, busca consumar el amor, el lector se estrella contra las puertas condenadas de sus miedos inconfesables. El horror deslumbra, si quien lo narra es Biedma, tanto como Van Gogh lo hace con sus campos de girasoles o Goya con los horrores de la guerra. La belleza puede ser despiadada y el amor, feroz.
Pero donde Biedma vuela por sobre sus propias cumbres es en la descripción de ese campo sembrado de minas cazabobos que nadie desactiva como él: el de la religión. Un lector sensible o timorato podría optar por no entrar en este libro como quien se mantiene lejos de templos cuyos dogmas parecen contradecir al propio. Aunque la tentación es demasiado fuerte para evitarla. Y es lo que hace que la literatura de Biedma pulverice los dogmas, transgreda los cánones, crezca sobre sus propias raíces sin parasitar muros ni abismos, y se sostenga.
No imaginó Cortázar –o sí, quién sabe, ojalá- que Horacio Oliveira y La Maga rondarían por Sevilla, después de Rayuela. Y es que a su modo Biedma transita esas mismas calles engañosas que sin embargo alejan a sus personajes de todo atajo, de toda mentira: “Sólo la adrenalina y la locura lo apartan de su otra realidad”, dice de su protagonista Trespalacios. Sólo que ésa, su otra realidad, abreva en callejones ciegos, en un pasado que inevitablemente nos espera a la vuelta de cualquier esquina.
Tal vez porque la fiebre de Rocamadour, la incertidumbre existencial de la Maga, laten en el pulso narrativo de este sevillano irredento, su novela de zombis nos desaloja del lugar común, del prejuicio ante tales o cuales géneros, y nos instala ante la cruda observación de un mundo crepuscular que convive –o en rigor, que conmuere- al pie de nuestras tumbas.
Pero no te engañes si, luego de devorar “Antirresurrección”, te sientes inmortal. Nada tan alejado, tan en las antípodas, del Paraíso, como la eternidad.

"ANTIRRESURRECCIÓN", de Juan Ramón Biedma, Dolmen, 2010