lunes, febrero 28, 2011

LOS MALOS

Cada día, al levantarte, de alguna manera te lo preguntás: ¿dónde están los malos?

El mundo ha cambiado demasiado. Antes era más fácil: los malos eran los indios y los buenos, los cowboys (los “combois”). También fueron malos los alemanes y los japoneses y buenos, los norteamericanos. Pero un día, un tal Oesterheld empezó a escribir guiones en los que los malos ya no fueron tan malos ni los buenos, buenos. La guerra dejó de ser santa para ser humana, o sea, diabólica. Y vino Vietnam, con sus monzones y sus ofensivas del Tet y sus negociaciones en París, hasta que los yanquis aceptaron que habían perdido y se retiraron. Y empezaron las películas sobre veteranos desencantados del american dream y su secuela de sangre en remotas republiquetas de amarillos. Hasta que un par de aviones comerciales se incrustaron en las Twin Towers y llegaron nuevos vietnams, en Afganistán, Irak y en quién sabe dónde, a partir de hoy, de esta mañana, en que de nuevo al levantarte te preguntaste dónde están los malos.

La prensa canalla te lo dice cada día, no deberías dudar. Pero dudás, ya no les creés y, al caer la noche, te sentís vulnerable, en la mira de cualquier chiflado que podría confundirte con un piel roja, con un japo o un nazi, con un palestino o con vos mismo que, al dudar, ya sos un malo.

POLAROID

Día de limpieza. Hoy toca el cofre de los recuerdos. Lo abres, no sin aprensión, y revuelves. Mucho polvo, historias mínimas, desconciertos, tristezas, alegrías algo ajadas. Una foto. Él y tú, en una playa desierta. Invierno, bruma, él te abraza por la cintura mirando tu cuello como un vampiro a punto de vampirizarte y tú miras al objetivo, riendo, feliz.

¿Quién tomó esa foto? La cámara, una vieja polaroid, no era automática. Alguien debió empuñarla, a vuestro pedido, enfocar a la parejita de supuestos recién casados, disparar.

O no, no en ese orden. El disparo vino después de la foto que ahora mismo rompes y a la que prendes fuego.

Cierras el cofre. Cuántos recuerdos.

Otro lejano día quizás vuelvas a abrirlo. Y recordarás quién era el que empuñó primero la polaroid y luego la magnum.

Y qué felices fueron.

sábado, febrero 26, 2011

ÚLTIMO RECORTE DE PRENSA

De donde se deduce que eres bueno porque no habías matado todavía a nadie, ni habías estafado, ni le habías quitado a nadie la mujer en sus narices y hasta habías disimulado cuando tu propia mujer miraba de ese modo a tu mejor amigo.

De donde se deduce que la policía, esta noche, y pese a encontrarte sentado junto a los dos cadáveres y con las manos ensangrentadas, sosteniendo el arma homicida –un cuchillo de cocina- por su punta, deduce tu absoluta inocencia en el caso que, apenas en un rato, ocupará a los carroñas de la prensa.

De donde se deduce que el inspector a cargo del esclarecimiento del caso, que mañana mismo se jubilaría si confesaras, no quiere abandonar su puesto por la puerta de servicio.

De donde se deduce que, obsesivo seguidor de las noticias policiales de los diarios, el inspector necesita un caso más complejo para por lo menos quedarse con este último recorte.

viernes, febrero 25, 2011

CAMPANARIOS

Apagué la luz, como me lo habías pedido.

Pero en la oscuridad tu voz dejó de ser tu voz, tu cuerpo se extrañó de entre mis brazos y acabé abrazando, y oyendo, resplandores que nunca fueron tibios y voces atrapadas en campanarios.

Al encender la luz no me sorprendió que no estuvieras.

Tampoco, que en la mañana te encontrara durmiendo a mi lado.

jueves, febrero 24, 2011

SEGUNDA NOCHE

De pequeña era lo único que te gustaba de las tortas de cumpleaños y casamientos: los muñequitos de mazapán. Ya adolescente, probaste una muy rica parejita de chocolate: el chico y la chica se veían muy felices sobre la torta de cumpleaños de una compañera de estudios.

Cuando te casaste, a los veinticinco, elegiste ser la novia de chocolate blanco y para él, el chocolate negro.

Disfrutaste de la noche de bodas, era muy buen amante, debes reconocerlo.

No sabía tan bien cuando, a la segunda noche, lo devoraste.

martes, febrero 22, 2011

VOS, LA LLUVIA

Me soñaste.

Lo sé porque desperté sin haberte soñado pero corro a buscar tu foto, tus cartas –sí, tus cartas, no había correos electrónicos cuando vos y yo estuvimos juntos. Y el cuento. Mecanografiado, claro, y firmado de puño y letra por vos con una birome azul.

Una historia muy breve de amores desencontrados, eso es el cuento. Un Romeo y una Julieta a los que no separan Montescos y Capuletos sino las dictaduras. Vos eras muy piba para haber vivido esa trágica historia. Pero cuánto dolor en la escritura, qué terca y sabia esperanza, sin embargo.

Hoy me soñaste. No sé si estás cerca o lejos, ni siquiera si estás viva: los sueños se encarnan en las horas previas al amanecer, deambulan en busca de refugio, la amenaza del día es inminente y huyen.

Abro la ventana.

La lluvia desdibuja la figura de una mujer que se aleja.