miércoles, marzo 09, 2011

AYER FUE EL DÍA DE LA MUJER...

Cincuenta mujeres han muerto en la Argentina, en lo que va de 2011, asesinadas por sus parejas. En los últimos meses se ha puesto de moda quemarlas, rociarlas con algún solvente y echarles fuego. La última víctima de esta atroz modalidad estaba, además, embarazada.

Para el conjunto de la sociedad son “casos policiales” y no reclaman más atención que el habitual morbo por los crímenes violentos. No se los enmarca en lo que representan. La prensa, salvo excepciones, alimenta esa avidez por la sangre ajena.

La situación de la mujer en la Argentina ha mejorado ostensiblemente, sobre todo desde la recuperación democrática de 1983, pero dista mucho de lo que cabría esperar de una sociedad avanzada. Los medios masivos de incomunicación presentan el cuerpo femenino como un festival de la fragmentación o el despedazamiento: no hay mujeres, hay culos y tetas. Programas de muy alta audiencia se solazan en degradar la figura femenina, en someterla al escrutinio carnívoro de una “teleaudiencia” que asiste adormecida, celebrando lo que debería condenar, regodeándose en una indignidad de la que más temprano que tarde todos acaban siendo víctimas.

Ayer fue el Día de la Mujer.

La Argentina está gobernada por una mujer y probablemente lo siga estando por cuatro años más. Chile fue gobernada por otra mujer y ahora, Brasil. Detrás de sus discursos, la oposición política alude en privado a la condición femenina de las mandatarias. Y no lo hace para honrarlas.

lunes, marzo 07, 2011

BORGES, SÁBATO Y UN ALMUERZO ALGO INDIGESTO

Fragmento de mi novela

"Lotería negra"

Siete años antes de ese episodio, las estatuas vivientes de la literatura se despidieron del dictador, después del almuerzo, y cada cual a su casa, a dormir la siesta.

No eran de hablarse entre ellos, aunque habían compartido algunas reuniones con las que se armó luego un libro de reportajes. Pero ese atardecer Borges acarició el teléfono y discó el número que le había dictado su ama de llaves. Lo hizo con el tembloroso placer de un ciego leyendo a Borges en braille, y de alguna manera eso es lo que estaba sucediendo, Borges leía a Borges discando siete números que no eran consecutivos, en el viejo aparato negro provisto por la empresa estatal de teléfonos.

-Soy Borges- dijo en cuanto oyó la voz grave y solemne de Sábato.

El mínimo silencio de la sorpresa, un par de segundos, la frustrante sensación de que el otro propiamente dicho se le había anticipado.

-¿Le cayó mal la comida?- preguntó Sábato.

Borges rió de buena gana, siempre mirando al cielo, aunque fuera raso; Sábato ya no lo incomodaba como quince años antes, cuando habían terminado de leerle “El túnel”.

-Tengo un estómago de fierro- dijo. –Pero dígame algo, Sábato, usted, que hace novelas.

Sábato manoteó una silla y la arrastró junto al teléfono; tenía que estar sentado, si el autor de “El otro” lo había llamado nada más que para insistir en relegar a los novelistas a una suerte de submundo de la literatura.

-Me desperté de la siesta pensando en qué capítulo de la historia universal de la infamia incluiría este almuerzo- dijo Borges.

Sábato respiró hondo, como cuando el médico se lo pedía para auscultar sus bronquios y pulmones.

-En el del asesino desinteresado Bill Harrigan, sin lugar a dudas- dijo.

-Parece lógico- admitió Borges, que sin embargo se reservaba siempre las claves, como guarda un violador de cajas fuertes los secretos de su oficio.

-Piense en los muertos que, sin haberse manchado con una sola gota de sangre, este magro general debe a la justicia de los hombres.

-Sin contar peronistas- acotó Borges, para disgusto de Sábato, que aborrecía de Borges su capacidad de abstracción, como un músico principiante detesta la irrefutable armonía en los mundos complejos de Gustav Mahler.

-Creo que nos equivocamos, Borges. Dimos un mal paso cuando aceptamos el convite, van a criticarnos hasta después de muertos.

-Voy a escribir otro cuento- anunció Borges, como si Sábato no hubiera hablado ahora ni antes, ni escrito nunca una palabra que él hubiera leído. –Otro Aleph.

La curiosidad venció el rechazo de Sábato por lo que interpretaba en Borges como jactancia, y que por un momento lo había tentado a cortar la comunicación.

-¿Otro Aleph?

-Pero no se lo diga nadie, guárdeme ese secreto. Y si no puede, de todos modos no voy a admitir nunca que el nuevo Aleph me pertenezca, Sábato. Pero usted y yo sabremos que sí.

La silla crujió bajo el autor de “Sobre héroes y tumbas”, como si una mujer muy gorda acabara de sentarse sobre sus rodillas.

-Si no va a firmarlo, ¿para qué escribirlo, Borges, y por qué me lo confiesa?

-Le respondo primero a la segunda pregunta. Si la mínima gesta de esa soldadesca que puso a salvo de la depredación el cadáver de Lavalle encontró en usted un buen intérprete, ¿por qué no confiar en su talento de cronista, Sábato? Escribiré mi nuevo Aleph y usted, como los milicos del fusilador de Dorrego, guardará ese original donde nadie pueda hallarlo, aunque para ello tenga que descarnarlo de cada una de sus palabras.

Le pregunto a Urquiza quién le contó del dialoguito telefónico, dónde quedó registrado.

-Hay escuchas del gobierno hasta en los panteones de la Recoleta, Tadeo, qué novedad- responde, molesto con mi incredulidad.

La charla trascendió, pero no porque la megalomanía que Borges le atribuía a Sábato le hubiera impedido ser discreto, aunque contara con ella cuando discó su número aquella tarde. A él, a Borges, ya nadie le creía demasiado desde que los críticos sabihondos empezaron a sospechar que muchos de los autores que citaba sólo habían nacido y alcanzado celebridad en su imaginación, y lo que para Borges era un juego especular, para los mediocres que lo juzgaban era una estafa, una prueba de que el talento se corrompe cuando es reemplazado por el arte inestable del malabarista.

-La conciencia humana es un valle de resonancias que ni el oído más aguzado puede percibir- explica Urquiza, haciendo un gesto con el que pretende abarcar la inmensa oscuridad más allá del parabrisas de la camioneta de Piracocha.

–Si Borges habló como dicen que habló aquella tarde, y aun cuando Sábato no se haya comportado como Borges esperaba que lo hiciera, ese Aleph empezó a escribirse aunque el autor de su primera versión jamás haya siquiera borroneado una línea. Empezó a escribirse en Sábato, en el alcahuete que grababa la conversación y hasta en el capitán asistente de Videla que recibió la versión desgrabada de la conversación, e incluso en el ya aludido colimba estudiante de letras que corrigió los errores ortográficos de la transcripción porque su misión sobre la tierra no empezaría a cumplirse si no le metía mano a la sintaxis de lo hablado.

Todo empezó a ser presunto, desde el momento en que Borges se despidió de Sábato admitiendo que, tal vez sí, le hubiera caído mal la comida.

AQUELLOS MALOS VIEJOS TIEMPOS

Aunque no me sorprende, me decepciona y entristece que no se dé a la democracia su valor. Se la identifica con políticos corruptos, con dirigentes que gobiernan, en muchos casos, dando la espalda a sus convicciones y a las necesidades populares. Comparto la mayoría de las críticas y también apoyo medidas puntuales, rumbos que, aún zigzagueando, se orientan a satisfacer necesidades básicas de los sectores más postergados o convalidan un futuro de presumible mayor bienestar, de nuevos y estimulantes desafíos.

No comparto en absoluto la relativización que de la palabra democracia escucho y leo en muchos comentarios. Tal vez porque, ya desde mi adolescencia, fui testigo y víctima del pisoteo a un sistema que, más allá de los discursos, nunca fue confiable para los poderosos.

Golpes militares a repetición, gobiernos civiles condicionados por el poder económico concentrado y chantajeados hasta traicionar sus mandatos o caer vencidos, y de nuevo los golpes, los aventureros del poder, los victoriosos explotadores del trabajo humano.

Sólo en democracia es posible discutir alternativas, impulsarlas políticamente, avanzar hacia una organización social más justa.

Sin democracia, sin políticos de toda condición, sin representantes y representados, sin el poder de renovación que implica someterse a un sistema que tanto costó defender cuando fue atacado por el fascismo, el mundo sería para muchos de nosotros un lugar aún menos habitable, con mayor violencia y abusos de los que padecemos a diario, sin libertades básicas ni chance alguna de intentar construir una convivencia civilizada.

viernes, marzo 04, 2011

Y A QUIÉN ABRAZO ENTONCES

Cada vez más botox, más estiramientos, más siliconas y pelucas, más cirugías faciales, pectorales y de nalgas que parecen globos. Cada vez más sonrisas y risas de plástico, más miradas asexuadas y más sexo sin miradas. Cada día más celulares y plasmas y monitores, más amigos que no se conocen y más que se conocen sin ser amigos.

Cada día menos silencios, menos piel a piel, menos voy y yo juntos o esperándonos desesperadamente, cada día más urgencias, más tristezas wifi, más que te fuiste y apenas un correo, tu rostro en la web pero aquél de antes de conocernos, de estar juntos, de antes del botox, las pelucas, las siliconas.

Y a quién abrazo entonces. En qué regazo lloro de felicidad, en qué papel escribo y rompo mi pena y de quién me despido.

jueves, marzo 03, 2011

PRIMERA ESQUINA

Te fuiste dando un portazo. Debiste creer que iría tras de ti porque pasó un par de minutos hasta que oí tus pasos alejándose. Y otro par de minutos hasta que me sacudió el disparo.

Corrí, ahora sí, a la calle. Ahí estaba el cuerpo de un hombre joven y los primeros curiosos, excitados. Alguien que llegó a la carrera se abalanzó sobre el cuerpo, lloró sobre él, desesperado. Cuestiones de amor no correspondido, probablemente –explicó un sabio de la vida, de ésos que en la calle barre el viento.

Recién entonces alcé la vista y te vi, al volante de tu auto, que arrancaste con urgencia. Habías estado viéndome, espiando mi primera alarma y mi casi inmediata decepción.

“Nunca llegues sin avisar, nunca regreses de improviso, jamás abras esa puerta condenada”, habías dicho esa misma tarde, antes del portazo.

En la primera esquina se perdieron tu auto y el adiós que aún nos debemos.

martes, marzo 01, 2011

NAZIS

La casa Dior echó a un importante diseñador por sus declaraciones antisemitas y de admiración por Hitler.

¿Te acordás que hace unos días te dije en el Facebook que los nazis están volviendo?

No son muchos, pero ocupan cada vez más lugares en el poder político y económico. En Europa y acá también.