Nada me hizo saber que te vería esa noche. Ningún presentimiento, ninguna vieja foto, ninguna charla con amigos comunes. Ni siquiera la nostalgia, esa empecinada visitante nocturna, llamó esta vez a mi puerta.
Estaba solo, ya sin esperarte. Ya desde hace tanto sin esperarte, solo.
Me habría gustado abrazarte, mirarte a los ojos, esperar la respuesta que nunca me diste, tener el tiempo juntos que entonces nos negamos.
No pudo ser.
"Es ella", le dije al policía. "Y sí", confesé: "fui yo".
Me llevaron sin siquiera interrogarme.
El juez tardó una semana en tomarme declaración. Estaba de vacaciones en México, "con la hija de la occisa" -me confió él mismo-: "Era una mujer muy rica. Y la piba, hija única. Gracias".
Nunca habían visto en un juzgado a un juez abrazarse con el reo.
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