lunes, octubre 12, 2009

AZARES DEL ALMA

Están ahí, en cualquier calle. O irrumpen en el vagón del subte, con sus instrumentos y su breve música. La mujer, sesenta y cinco, ciento diez kilos, la misma que odió siempre los espejos, se refleja en ellos y se ve tan bella, probable y lejanamente enamorada. Casualidad, azares del alma, tocan esta tarde la canción que ella oyó cuando él aquella otra, remota tarde. Ella olvidó prudentemente su rostro y hasta sus caricias y sus besos, pero no la música. De pronto la mujer a su lado, más joven, atractiva aunque furiosa con por lo menos este mundo que le toca, la codea y dice qué manga de vagos, deberían ir a trabajar en vez de andar dando conciertos que nadie les pide. Y ella acepta –porque ya se van los músicos, después de recoger algunas monedas, y porque no tiene ganas de que nadie le quite el sabor sin tiempo de sus recuerdos-. Que sí, que qué vergüenza, aunque peor sería que roben. La mujer a su lado parece conforme, algo frustrada porque esa manga de vagos seguirá azotando con sus melodías a los pasajeros indefensos de otros vagones del subte, a los caminantes de otras calles, a los solitarios de otras plazas. Y en un par de minutos aquí mismo habrá llegado el momento, la estación indicada, el final del recorrido, el último compás de aquella tarde.

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