Detuvo el auto y estacionó en
contravención, son dos minutos, entrego un medicamento –le dijo al policía que
amenazaba con multarlo.
Pero dos minutos –dijo el
cana y se puso a mirar su reloj pulsera.
Bajó, entró en la casa sin
llamar.
Vos, puta, y mi mejor amigo,
qué bolero –les dijo antes de dispararles a la cabeza, con silenciador. Apenas si
se conmovieron con los disparos: parecían seguir cojiendo.
Salió y subió al auto.
El cana medio que lo felicitó:
en diez segundos se le vencía el plazo, le dijo, con esa media sonrisa con la
que los canas, a veces, nos perdonan una infracción de tránsito.
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