Hay tipos que editaron una
novela (corta) y unos relatos, y se los recordará por siempre, como Juan Rulfo.
Otros escribieron veinte o
treinta sin haber siquiera rozado a la literatura.
Salvador Benesdra –de quien
escribo en otra entrada, motivado por una entusiasta referencia de Luis Mey a
su única novela, “El traductor”- saltó por la ventana de su departamento sin
haberla editado. No había cumplido 50 años.
A los 59 años, Jorge Baron
Biza, autor de “El desierto y su semilla” se lanzó al vacío desde un piso 12. Como
Benesdra, era también periodista y parte de una familia de trágica historia en
Córdoba.
A los 31 años, John Kennedy
Toole ya había escrito y tratado infructuosamente de editar “La conjura de los
necios”. Le dieron el Pullitzer después de haberse quitado la vida.
Rulfo tuvo una vida no
demasiado larga pero tranquila, viajó por el mundo y disfrutó de un merecido
reconocimiento a su breve pero trascendente obra.
Los hiper prolíficos que no
rozan la literatura pueden llamarse como se llamen y ser viajeros frecuentes,
al punto de conocer el mundo sin haberlo penetrado y gozar de franquicias para
parientes en las compañías aéreas.
Las novelas de Benesdra, Barón
Biza y Kennedy Toole son magníficas y podrían haber dado a sus autores la
posibilidad de vivir creyendo que no estaban solos.
Pero estuvieron solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario