Nunca supe si llamarlo de
verdad amigo, ni él a mí, supongo. La distancia impone esas dudas, los abrazos
lejanos, las historias así contadas.
Supe que en lo que creyó el
final de una vida tormentosa –separaciones, hijos, militancia revolucionaria-,
había vuelto a enamorarse.
Me traicioné, flaco –me dijo
entonces- pero vale la pena.
Todo amor vale la pena, la
mucha pena con que nos marca su fuego y lo peor, la desprolija deserción y sus
cenizas.
Por lo poco que supe porque
no la conozco, ella lo manipuló, le hizo creer que era el único, el
irrepetible, el que no volvería a cruzarse por su vida. No lo era, cualquiera
se da cuenta de que no lo era aunque vos no hayas conocido a mi amigo. Nadie lo
es.
Envejeció, para colmo, algo
que sólo les sucede a las personas sensibles.
Y acaba de darse un tiro sin
dejar carta, después de saludar a sus fantasmas con un buenas noches,
despiértenme a las siete, tengo que salir temprano a pagar algunas deudas.