Rara vez el mundo del poder roza al del amor. Más bien abundan la violencia, los golpes bajos, la traición, el valetodo, el odio.
Néstor Kirchner y Cristina Fernández estaban juntos desde 1975. La vida universitaria en la ciudad de
Los servicios cloacales de inteligencia destaparon antiguos y recientes pozos ciegos. Toda la mierda de una intolerable corrupción, la valija de Antonini, los “negocios” de Kirchner, su creciente poderío económico y la amenaza de que más temprano que tarde tendríamos a un tirano entronizado en el poder.
Nada dijeron, ni dirán, del otro poder, el real, el que hoy mismo empezó a trepar en las cotizaciones bursátiles a medida que el cadáver de Kirchner se iba enfriando.
Que una historia de amor haya sido posible en este cruento escenario no debe sorprendernos. Es materia teatral ya desde la antigua Grecia. Y la política ha sido siempre, acá o en
Curiosamente, o no tanto, también la de Perón y Evita fue una historia de amor. Breve, porque breve fue la vida de Evita, pero tan intensa como la de Néstor y Cristina. Contra aquella historia, la de Perón y Evita, no pudieron las calumnias, los “viva el cáncer” pintados en los muros de Buenos Aires, el bombardeo criminal de junio de 1955 ni la desdichada y trágica experiencia del gobierno de Isabel Martínez, tras la muerte de Perón.
Cuando los comandos “libertadores” robaron el cuerpo embalsamado de Evita creyeron acabar con esa historia de amor. Pero la corrupción de la muerte no pudo con ella. Sobrevivió en las historias narradas por testigos, en la transida parquedad con la que Perón hablaba de Eva, cuando narró el dolor de la doble pérdida –la muerte y el despojo de su cuerpo-, la emocionada recuperación, por fin el adiós.
Los “libertadores” de hoy tampoco la tienen tan fácil. Quien ha muerto ahora prematuramente es el varón de la pareja. El llanto de quien lo sobrevive no se escurrirá en las acequias de ningún exilio, de prematuras renuncias. El temple y la inteligencia de Cristina Fernández no hacen prever que, si cae derrotada por el inmenso poder que se le opone, acepte esa derrota con resignación. Dará batallas. Y a diferencia de lo que creen quienes hoy se conduelen de “esa pobre mujer” –a la que no dudaron en calificar de marioneta de su compañero-, no está sola. Está el pueblo, los “grasitas” de Eva, los viejos y los pibes, los trabajadores, los estudiantes, los artistas.
No todas las historias de amor terminan con la muerte.