La manipulación de los
afectos es tal vez una de las conductas más perversas de que hace gala la
condición humana. El homicidio en sus diversas variantes es, en la mayoría de
ellas, condenado penalmente con la severidad que cada caso exige.
Pero la vida humana también
está en peligro frente a un manipulador.
Como un asesino serial, el
manipulador de cualquier edad, sexo y condición se esfuerza por ganarse la
simpatía y empatía del grupo humano del que se rodea, despliega su seducción a
la manera de la araña pero, a diferencia de aquélla, sólo deja fuera de sus
telas al objeto/sujeto que habrá de devorar, al que prefiere libre como paso
previo al poderoso veneno de la parálisis que provocará en su presa los fuegos
cruzados de ira y reconciliación.
El acoso, el abandono, el
juego simétrico del te quiero te olvido no te quiero te descubro te recupero
vuelvo a quererte y te abandono ha causado estragos y sigue siendo la causa que
está en el origen de personalidades destruidas, demolidas, arrasadas por la
pena sin tregua de la sumisión, la culpa y el rechazo.
De ahí al suicidio hay sólo
un paso, la puerta que se cierra con un estampido que tanto se parece al tiro
de gracia.