El envarado y vetusto cuerpo diplomático argentino está sobre ascuas. Aburrida de lidiar con los del campo y, en la última semana, con los jueces supremos, ahora la presidenta convocó al equipo de vendedores de la imagen argentina en pleno: cien embajadores cien. Señores, ¿por qué, en vez de rascarse a diez o quince mil dólares por cabeza, no salen a vender lo que la Argentina produce?
Alelados, atónitos e hiperglucémicos, los diplomáticos se miraron unos a los otros, hasta que uno de ellos, embajador en Gatusilandia, preguntó con timidez: ¿Qué mongo fabrica la Argentina que puedan comprarnos afuera, aparte de guano, soja transgénica y sus respectivos porotos, carne cruda y bailarines de tango?
Podríamos exportar torturadores a Irak, nos quedan algunos rezagos, propuso el embajador en Isla de las Tortugas. Claro que algo reblandecidos, admitió a continuación: el mundo reclama hoy otra clase de aprietes.
Exportemos Cavallos –saltó, inspirado, el plenipotenciario en Toombstone, Arizona: el primer mundo no sabe qué hacer con su crisis y el negro Obama descongeló lo de las células madre. Fabricar y exportar Cavallos nos saldría más barato que importar baratijas de Taiwán.
Obama será negro pero no boludo –dijo con su habitual sutileza el consorte de la presidenta, presente en el cónclave sin aviso ni invitación previa: lo de un peso un dólar funcionó bien acá durante un tiempo, pero miren cómo terminó. Pero empezó bien –defendió su idea el plenipotenciario en Toombstone-, la gente estuvo contenta un rato largo, vos te prendiste de la teta menemista cuando gobernabas Santa Cruz y cobraste tu comisión por la venta de YPF a los gallegos, lo que cuenta es la ilusión y el capitalismo necesita de ilusionistas como el pelado –terminó su alegato, derramando un lagrimón de nostalgia por Cavallo.
Políticas de estado, es lo que le falta a este país –susurró, ya sin aire, la presidenta, descompensada como Blancanieves después de pegarle su legendario tarascón a la manzana.