domingo, octubre 28, 2012

UNA GATA, UN PERRO Y LA COMPLEJIDAD DEL MUNDO


Morrina y Moño eran gata y perro. Ella llegó primero, en vida de Caruso, mi perro que por entonces ya tenía el corazón cansado. Caruso murió en una semana santa de hace mucho. Lo llevé ya muerto al veterinario: era medianoche y el flaco me veía llorar sobre el cuerpito que se enfriaba, sin entender mis imparables lágrimas ni por qué lo había hecho levantarse de la cama para auscultar a un perro muerto, con infinita y noble paciencia de veterinario.
Me prometí no más perros, no más llantos ni hacer el ridículo ante los médicos de perros. Pero llegó Moño. Y llegó Morrina.
Yo nunca había convivido con un gato –una gata, para el caso- y amenacé a mi mujer con irme de casa si no quitaba a ese animal de mi vista. No pareció muy intimidada –mi compañera- porque la gata quedó y hacía frío, ese invierno, para abandonar la casa.
Gracias a Morrina conocí el vasto y misterioso mundo en el que habitan –y desde el que nos observan con sabia displicencia- los felinos. Empecé a desarmar uno por uno los prejuicios que los afectan y que rodean además a la relación gato/perro, una falsa rivalidad que los humanos estimulan para no hacerse cargo de la complejidad del mundo.
En agosto murió Moño, tras un año y medio de haber ido perdiendo sus capacidades motrices y rodeado de cuidados y afecto –de Estela, mío… y de Morrina.
Tras la muerte de mi perro, la gatita dobló su cola. Así como suena: la cola del gato se mantiene erecta en señal de complacencia y satisfacción. La de mi gata nunca recuperó esa natural posición. Consulté al sufrido veterinario –es otro, pero tampoco se privó de mi caudaloso llanto a la hora de morir el perro- y se rió de mi consulta. Pero no supo responderme.
Desde la muerte de Moño, la gatita inauguró una costumbre desconcertante: la de intentar comunicarse con nosotros, de una manera en la que antes no lo había hecho, con ruidos extraños, ensayos de maullidos, ronroneos fuera de registro, insistencia en que le prestáramos atención. Al regreso de una ausencia de pocos días, nos recibió con una desmesurada angustia, maullando desconsolada cada vez que nos perdía de vista aún dentro de la casa. Así estuvo tres o cuatro días, hasta que fue aceptando que ya no nos iríamos.
Una noche de hace tres noches decidió irse ella. Lo hizo mientras dormía, no oímos ni un maullido ni un ronroneo de despedida. Estaba en el interior de la casa, en el lugar donde siempre durmió cuando no pasaba los plenilunios esperando a sus romeos.
Simplemente se detuvo su pequeño corazón, supongo que soñando con que encontraba a Moño otra vez en su cucha o en el jardín. 
Y decidió, esa noche de hace tres noches, echarse a su lado a descansar.

jueves, octubre 25, 2012

BIOY


Paseando por Recoleta lo veo, solo, sentado frente a una mesa en la vereda de La Biela.
-¿Puedo…?
Con un gesto de displicencia, Bioy me da a entender que le da lo mismo. Me siento frente a él.
-Lo bueno de sentarse afuera es que se puede fumar- digo, para romper el hielo.
-Yo dejé hace mucho- confiesa: -Al día siguiente de morir. Y ahora no soporto que otros fiambres fumen.
Ríe, le causa gracia decir “fiambres” por muertos. Y me explica:
-Ahora me doy estos lujos. De hablar mal, de decir mierda o caca, de mandar a cierta gente a la reputa madre que los remil parió.
-¿Por ejemplo…?
-A esa japonesa trucha, la que le cagó la vida a Borges y ahora me anda maldiciendo. ¡Puta!
Ríe a carcajadas. Para que no se sienta solo, lo acompaño. A coro:
-¡Japonesa de mierda, putaaaaaaa!
Y juajuá y aplausos de los dos hasta que, alarmado, llega el mozo.
-Señor, le ruego compostura, éste es un lugar público.
Me mira raro, el mozo. Busca el celular, le explico que no tengo, que estoy aquí con un amigo recordando y riéndonos de gente que se cree muy seria. El mozo me recuerda, no sin inquietarse, que estoy solo.
-Traeme dos White Horse.
-El mío, con hielo- dice Bioy.
-On the rocks, los dos.
-Primero uno y después, cuando lo consuma, el otro- sugiere el mozo.
-¿Pero éste es o se hace?- pregunta Bioy.
-Debe ser pariente de la japonesa- le digo y ya sin contener la risa, los dos, aunque para el mozo sea uno solo:
-¡Putaaaaaaaaaaaa!

miércoles, octubre 24, 2012

LA NAVE VA


Buscando imposibles consuelos a la idea de la muerte como final, las religiones imaginan mundos perpetuos, salones de espejos que en sus ocasionales y arbitrarios encuentros nos reproducen, nos infinitan en espacios esencialmente vacíos, en oquedades donde no ya la vida en su plenitud sino la simple llama de una cerilla se apagaría de inmediato.
Los que elegimos desnudarnos de toda fe vemos a las religiones como a barcos fantasmas, navíos sin otra tripulación que el deseo irresuelto de que el amor nos acompañe en ese viaje sin puertos ni tormentas.
No hay nada malo en nuestra desnudez, como tampoco lo hay en quienes eligen ser pasajeros celebrantes de la nada.
Como en el “Amarcord” de Federico Fellini, la nave va. La vemos pasar, brillante y rumorosa en un mar de silencios, de penas cautivas, de soledades.

lunes, octubre 15, 2012

PARÍS, SU INEXISTENCIA


¿Existe París?
-Buena pregunta- dice el Rabdomante. –Hace tiempo que renuncié a responderla.
Acepta, sin embargo, que la busquemos en el mapa que despliego sobre la mesa del bar y en el google-earth que abrimos en la netbook. Nada.
-No hay caso- dice el Rabdomante.
-Entonces mi sueño era una premonición.
Explico al Rabdomante que anoche soñé con la desaparición de París. No sé de qué manera ni por qué, pero despertaba y París ya no existía. O, peor aún, nunca había existido.
El Rabdomante pregunta al dueño del bar y al mozo que nos ha servido el café si han viajado alguna vez a París.
-¿Qué es París?- preguntan casi a coro.
Me mira entonces, trata por primera vez de conocerme pese a que somos amigos de tantos años.
-Tendrás que volver esta misma noche a ese sueño- dice, me ordena. –Recuperar París.
Me voy del bar con alguna preocupación por la salud mental del Rabdomante.
Camino calles tranquilas de barrios apacibles de Buenos Aires que me recuerdan, se parecen tanto y casi son las mismas calles tranquilas de los barrios apacibles de París.

domingo, octubre 07, 2012

CUERPO DE MUJER


Lo que olvidás cuando estás tan solo es la plácida tersura de un cuerpo de mujer, su tibieza, su aroma. Abrazarte a una mujer es internarte en el jardín de tu infancia, caminar tu desvelo hasta los amaneceres a orillas del mar, refugiarte en los veranos de tu adolescencia.
Pasado el tiempo hasta podrás olvidar su rostro. Pero nunca su cuerpo.
Jamás el cuerpo de la mujer abrazada durante la noche se desvanecerá de tus días.

martes, octubre 02, 2012

ÁNGEL


Acaba de despertar, sobresaltado, inquieto. 
Oyó ruidos. 
Pero no puede haber nadie, cerró los portones de la parroquia a las siete de la tarde, apagó las velas y se encerró en la sacristía, a mirar la tele, tomar unos vinos, manosear a su amante, penetrarlo y dejarse finalmente penetrar. Durmieron abrazados, él lo espiaba desde su sueño superficial, dulce: es tan bello, se decía y le daba gracias al Señor.
Pero ahora, esos ruidos. Él duerme como si nada, querubín rosado y quieto, las alas plegadas, el culito brillante, la humedad de un llanto feliz en sus mejillas.
Avanza, el párroco, entre las filas de bancos, en la oscuridad casi absoluta.

Algunos después dirán que también así aparece Ella, la espada ensangrentada, la cabeza del párroco a sus pies y el ángel que, aterrado, avanza hacia su última, salvaje penetración.