Paseando por Recoleta lo veo,
solo, sentado frente a una mesa en la vereda de La Biela.
-¿Puedo…?
Con un gesto de displicencia,
Bioy me da a entender que le da lo mismo. Me siento frente a él.
-Lo bueno de sentarse afuera
es que se puede fumar- digo, para romper el hielo.
-Yo dejé hace mucho-
confiesa: -Al día siguiente de morir. Y ahora no soporto que otros fiambres
fumen.
Ríe, le causa gracia decir “fiambres”
por muertos. Y me explica:
-Ahora me doy estos lujos. De
hablar mal, de decir mierda o caca, de mandar a cierta gente a la reputa madre
que los remil parió.
-¿Por ejemplo…?
-A esa japonesa trucha, la
que le cagó la vida a Borges y ahora me anda maldiciendo. ¡Puta!
Ríe a carcajadas. Para que no
se sienta solo, lo acompaño. A coro:
-¡Japonesa de mierda,
putaaaaaaa!
Y juajuá y aplausos de los
dos hasta que, alarmado, llega el mozo.
-Señor, le ruego compostura, éste
es un lugar público.
Me mira raro, el mozo. Busca el
celular, le explico que no tengo, que estoy aquí con un amigo recordando y riéndonos
de gente que se cree muy seria. El mozo me recuerda, no sin inquietarse, que
estoy solo.
-Traeme dos White Horse.
-El mío, con hielo- dice Bioy.
-On the rocks, los dos.
-Primero uno y después,
cuando lo consuma, el otro- sugiere el mozo.
-¿Pero éste es o se hace?-
pregunta Bioy.
-Debe ser pariente de la
japonesa- le digo y ya sin contener la risa, los dos, aunque para el mozo sea
uno solo:
-¡Putaaaaaaaaaaaa!
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