Woody Allen detesta la naturaleza, la violenta vida silvestre, prefiere Manhattan. Yo a veces coincido con él pero vivo en un pueblo pequeño, rodeado de pájaros y pajarracos, zorros y zorras, luciérnagas, víboras, arañas gigantes de las que sólo se ven cuando se bebe demasiado o cuando vivís por estos parajes, buenos amigos que te visitan muy de tanto en tanto e indeseables que pasan sin aviso previo a saludarte y se quedan varios días porque qué bonito es todo esto, seguro que acá podés escribir mejor (claro, en cuanto vos, tu mujer y tus hijos se las tomen). Ah, y cigarras en verano.
El mundo se sostiene en equilibrios perversos, necesariamente inestables, en el que los narradores de Dios hacen su agosto.