Hace nueve años, treinta personas pagaron con sus vidas haber salido a las calles de la Argentina, a manifestarse contra un experimento socio-económico que había comenzado en 1975, con el primer ajuste salvaje -practicado por un gobierno peronista cuando acababa de morir Perón- y continuado con saña por la dictadura militar. El primer gobierno de la recuperada democracia -el de Raúl Alfonsín- trastabilló en sus intentos de salir del fangal, en medio de una crisis generalizada en la América latina -provocada por la deuda que reclamaban impiadosamente los organismos financieros internacionales que habían contribuido a generarla, y acosado por las intentonas neogolpistas de los "carapintadas", facciones del ejército que no se resignaban al ostracismo ni a que sus jefes hubieran sido juzgados y condenados, en juicios ejemplares para el mundo.
La debilidad y contradicciones del gobierno de Raúl Alfonsín desembocaron en la hiperinflación de 1989, que obligó a entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Menem, quien triunfó prometiendo "revolución productiva y salariazo" para aplicar luego la política neoconservadora más nefasta de la que se tenga memoria.
La enorme corrupción de ese gobierno no le impidió gobernar durante diez años -reforma constitucional mediante- y entregar el poder, en 1999, a Fernando De la Rúa, titular de una "Alianza" que siguió aplicando ajustes y sosteniendo una paridad peso-dólar que mucho recuerda, por su condición de artilugio monetario contra natura, a la imposición del euro en la llamada "Europa comunitaria".
Hace nueve años, treinta personas murieron bajo las balas policiales y de franco tiradores paramilitares, en una alevosa demostración de que nada había cambiado demasiado, pese al repliegue militar y los juicios, luego anulados por la ley de aministía que sancionó el gobierno menemista.
El ajuste implacable, el recorte de salarios y hasta de jubilaciones, y la promesa de su agudización por mandatos del FMI, Banco Mundial y cómplices, encendió la mecha de una rebelión que, con la captura de los depósitos de la clase media por parte de grandes bancos -meras sucursales de la banca internacional, la mayoría de ellos-, acabó con la paciencia y los buenos modales de una clase que despertó del sueño de vivir en un país rico, a la dura realidad de una Argentina saqueada por sus clases dominantes -que habían puesto antes, ellos sí, a buen resguardo sus dineros.
El experimento fracasó. Antes, habían muerto muchos más que treinta en ese desdichado 20 de diciembre de 2001.
Los pueblos escriben una historia que a menudo, y no por ingenuidad, omiten los manuales del buen inversor, los libros sagrados del capitalismo.