De la serie
"Asaditos argentinos"
"Los tallos amargos" is a great example of film noir released out of USA. Following the tradition of classic Hollywood (the most brillant time in the history of cinema), this picture tell us the story of a poor journalist who, trying to make easy money, begins to work with an hungarian inmigrant. A perfect movie, a very good story. A picture that looks like any american film of that time. When the A.F.I. chose the 100 bests cinematography of all time, this argentine movie was in the list among titles like "Citizen Kane".
El autor de la novela que dio origen a esta pequeña maravilla del género negro que rescata una crónica yanqui se llamaba Adolfo Jasca. Lo conocí cuando gané el Emecé, él lo había obtenido veinte años antes, con "Los tallos amargos", la novela en la que se basó la exitosa película de Fernando Ayala, con música de un tal Astor Piazzola. Tuvo la gentileza de hacerme una nota decente, nos encontramos en su departamento atestado de libros y ahí grabamos la entrevista para la radio en la que trabajaba.
Porque era periodista, Jasca. Creo que la novela -premiada en 1957- fue la única que publicó. La notoriedad lo rozó cuando Ayala hizo la película y después lo devolvió a su trabajo. Un libro duro, amargo como los tallos del título, negro de verdad, no como las historias de tanto Al Jonson del género que hoy se pavonea por ahí.
Por Jasca me enteré de testimonios del infierno en el que habían caído dos queridos maestros: Haroldo Conti y Héctor Oesterheld. Temblé de indignación y de terror: por escribir unos cuentos con alguna dignidad me habían puesto en la vitrina y era malo, en esos tiempos, que algún reflector te embocara. Me habían dedicado cuatro páginas a todo color en la revista "Gente", ejemplar en el que también publicaban una nota al balbuciente Diego Maradona.
Por suerte, mi notoriedad fue aún más efímera que la de Jasca. Volví al ostracismo y escribí novelas laberínticas, oscuras como la realidad que me rodeaba.
Me acuerdo de Jasca porque me pareció buen tipo y era buen escritor, un laburante, un cronista de la despiadada historia cotidiana de mi país que, en mitad de la noche más negra, me alentó a seguir escribiendo, a no dejarme atrapar por la tiniebla.
Henning Mankel, Michael Conelly, Fred Vargas, laureles y aplausos, está todo bien. Pero yo releo esta noche en su idioma, que es el mío, a Adolfo Jasca.
Soy de acá lejos, donde todo -la fama y el olvido- llega distorsionado.