Con Gustavo Forero, en el Festival Azabache 2014, Mar del Plata
Durante años, mi “estudio”
fue la cocina de mi departamento en el barrio de Saavedra. Sin trabajo, sin
posibilidad de exilio, mi modesta militancia gremial y el contacto con amigos
que habían elegido otros caminos de lucha, me habían convertido –como a tantos
miles de argentinos- en blanco móvil de las patotas que salían a chupar gente.
Laburaba ocasionalmente en
publicidad (“free lance” se le llama a ese galguear), mi mujer paraba la olla y
yo, en la cocina y por las noches, ensayaba las mil recetas para ser escritor,
las lecturas, los puntos de vista, los lenguajes y, sobre todo, los silencios.
Gustavo Forero, escritor,
académico, coordinador de MEDELLÍN NEGRO, dijo en Mar del Plata que “hoy en
Colombia los autores escriben en la cocina”.
Hablábamos de valores y
menoscabos de la democracia, Forero nos recordó que en su país ya cuentan 200.000
desaparecidos, que Colombia sigue siendo un país en guerra sucia.
En 1983 pude salir de la
cocina y hoy escribo en donde se me antoje, aunque putee contra la
interferencia de celulares y televisores a toda hora en cada rincón de las
ciudades argentinas.
No tengo recetas, sin
embargo. Cociné textos a mi antojo y albedrío, saboreé muchas lecturas,
improvisé cuanto pude, refrité mis propios textos, aprendí despacio, como quien
saborea, que la literatura es un manjar tardío, los restos de un banquete del
que disfrutamos en soledades, a veces puras e intensas, a veces compartidas con
esos amigos de la madrugada que, desvalidos, abandonados por quienes habían
prometido llevarlos a la victoria, se sientan a mi lado y cuentan historias que
están aún por suceder.