La encuentro vagando por la
playa, temprano en la mañana, como perdida. Apenas si advierte mi presencia,
que no la incomoda más que la de las gaviotas con sus graznidos y desordenados
vuelos.
Vestida con harapos húmedos,
tirita, se abraza a sí misma como si lo hiciera con alguien de quien va a
separarse en un momento.
Le pregunto de dónde viene.
-De allí.
Señala el mar, lo encierra en
el mismo abrazo y recién entonces parece aceptar que no soy un fantasma.
-Te invitaría a que me
acompañes- dice. –Pero es temprano. Hace mucho frío allí. Abrazame.
Voy hacia ella, me separan
dos, tres pasos sobre la arena tan húmeda como sus harapos.
Doy el primero, ya con mis
brazos tendidos.
Al segundo me envuelve una ráfaga
helada.
Al tercer paso y a mis pies,
sólo harapos de arena.
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