Los años no se van lejos. Cerca
de mi casa, por ejemplo, hay una guarida de años: una vieja cabaña cuyo techo
de tejas se voló a medias con las tormentas de viento, los muros algo derruidos
de ladrillos a la vista, un terreno descuidado que algunos vecinos
desaprensivos usan como basural pero que alguien, una vez al mes, desmaleza y
limpia.
Hoy me di una vuelta por la
cabaña y ahí estaba el 2012. Acurrucado por el frío y una rotunda tristeza que,
al avanzar el 2013, irá mutando en melancolía.
Le dije buen día, no voy a
desearte felicidades, dejame compartir con vos unos mates.
Me senté a su lado, calenté
agua en un brasero y cebé los primeros mates. Me gustan amargos –dijo-,
cimarrones.
Después de los primeros mates
se atrevió a confesarme su cansancio, el demorado asombro que atrapa a los años
cada diciembre, la proximidad del abismo y las despedidas.
Gracias –dijo cuando anuncié
mi partida.
Y agregó mirando lejos, como si todo
hubiera terminado mucho tiempo atrás, tal vez un año antes de su llegada al calendario
que le correspondía:
-Felicidades.
Guarida de los años. Me quedo con la imagen de la cabaña melancólica.
ResponderEliminarSaludos!