El encuentro, cita, duelo o
lo que fuera lo habíamos convenido a las ocho de la noche, en lugar apartado
aunque cercano a una sala de primeros auxilios.
El tema a discutir es viejo
como el mundo y acaba mal, nunca hay acuerdo, qué acuerdo puede haber cuando la
cuestión a dilucidar es el amor de una mujer bella. El progresismo dirá lo que
dice pero dos machos que disputan una hembra no se atienen a reglas y
costumbres, supongo que es atávico y que en la selva los monos aplaudirían al
ganador, si sobreviviera.
Estuve a las ocho en punto.
Fumé tres cigarrillos y me
senté en el pasto –dije que era un lugar apartado- a mirar el firmamento. Si el
hijo de puta se atreve a venir –pensaba-, quiero por lo menos haber visto
brillar a Venus.
Ni Venus ni duelo, se nubló y
el tipo no vino.
Pensé, qué cagón.
Después supe que antes de las
ocho la mujer bella le había dicho que lo amaba.
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