Usamos el Facebook para
reconstruirnos. Como frente al espejo pero creyendo que esta vez no estamos
solos, que cientos o miles de amigos cliquearán me gusta o comentarán qué
guapo(a), qué valiente, qué generoso, cuánto talento.
Hasta que una tarde oscura,
mientras ventanas afuera el sol inicia su último combate, el monitor se
oscurece y pierde su ominoso disfraz de horizonte. Abrimos y cerramos puertas,
furiosos, llamamos a números que no responden o nos piden que dejemos mensajes
que, lo sabemos, nadie responderá jamás.
Nos queda volver al espejo, a
la libreta de apuntes, al pedido de auxilio borroneado en la contracara de un
formulario burocrático, de una factura por servicios que olvidamos o no pudimos
pagar.
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