Acaba de extinguirse Oscar
Niemeyer.
Hace apenas quince días
estuve –con Patricia Ratto y Carlos Gamerro- en Brasilia.
Rara criatura, la actual
capital de Brasil. Algo descuidada y con un diseño urbano que hace bastante más
difícil la ya ardua obligación de desplazarse de un lugar a otro. El transporte
público es –me dicen- escaso y malo. No hay metro ni la posibilidad de
construirlo porque la ciudad es “patrimonio cultural de la humanidad” y no
puede ser modificada en su estructura, o algo así.
No creo que Niemeyer haya
imaginado un siglo XXI sin peatones, aún compartiendo los soñados mundos de
Bradbury o Asimov. Por su longevidad –que no sé si estuvo en sus cálculos-,
Niemeyer se asomó al futuro, puso un pie –o ambos- en él.
Y caminó despacio, tanteando
el polvo, la humedad y las canciones de un tiempo ya espectral, diciéndose hice
bien en imaginar Brasilia.
Desde hace un par de días Brasilia
sueña con Niemeyer.
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