miércoles, diciembre 19, 2012

VERDURA


De apellido, Verdura. Y en cuanto decía que su apellido era Verdura ya no importaba el nombre ni la profesión ni si alguna vez había sido feliz. Llamarse Verdura era mucho más poderoso que cualquier otro dato sobre su persona que, a partir de la revelación, pasaba desapercibida.
Debería haber cumplido los 54 cuando lo sorprendió la sequía. Ese año no llovió ni una gota, se secaron las cosechas y las pasturas, miles de cabezas de ganado se perdieron entre bosques desvastados y salitrales, los ríos sólo llevaban polvaredas y hasta el mar huyó de las costas.
Sentado en su sillón predilecto, Verdura leyó y releyó mil veces “Continuidad de los parques”, de Cortázar. Mil veces detuvo la mano asesina y a empezar de nuevo, convirtiendo lo circunstancial en cotidiano.
En la noche del 31 de diciembre y en medio de la primera gran tormenta de ese año, permitió que el asesino acabara su faena.
La desmentida del puñal hundiéndose en su espalda lo llenó de alivio.
Supo, ante la inminencia de su muerte, que de carne somos aunque nos llamemos verdura.

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