Llegó en silencio, tarde, en
la noche. Avanzó en puntas de pie por la sala de hombres del hospital Pirovano,
en Buenos Aires. Diez camas a su izquierda y otras diez a la derecha, todas
ocupadas. Oyó quejidos, respiraciones, ronquidos de sueño profundo, toses,
pedos, palabras que, pronunciadas en sueños, se asomaban por los labios resecos
de un par de enfermos.
Una vez más, como le sucede
desde hace siglos, se preguntó para qué, si valía la pena, si elegiría bien o
volvería, como tantas milenarias veces, a equivocarse. Pero no tenía modo de
saberlo, de anticiparse, de ganarle al tiempo, pese a conocerlo tanto.
Eligió por fin la cama del
fondo, la última. Se acostó a tu lado y sonreíste porque en el sueño era ella
la que regresaba.
Ya no pude volver a
abrazarte.
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