Si Buenos Aires fuera Ciudad
Gótica, el logotipo del hombre murciélago proyectado sobre el telón gris de las
nubes indicaría que es hora de entrar en acción.
Y veríamos al batiauto con
Batman y su efebo Robin correr por las calles desiertas para acabar de una vez
por todas con las tropelías del Guasón.
Y el pibe chorro al que acaba
de tirotear la cana vería llegar al batiauto, frenar espectacularmente frente
al patrullero, vería aunque ya algo borrosa la figura del murciélago antropoide
abrazarse con su asesino de uniforme mientras lo felicita porque así se hace,
cagarlos a tiros es la única manera de acabar con esta lacra.
Pero Buenos Aires no es
ciudad gótica, es la capital de un país del culo del mundo que, a más de
doscientos años de haber sido inventado por la conjura de un grupo de locos,
hierve en el caldero de las sociedades irredentas, blancas pero también indias,
mestizas y negras a su pesar, infectadas de pobreza que les hace subir la fiebre
hasta sumirlas en el delirio de creerse París, Nueva York, cualquier cosa menos
esto.
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